Friday April 19,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 4 de 7 »

TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo

314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida

315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor

316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica

317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote

318. En barca de Tolemaida
a Tiro

319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes

320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad

321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes

322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía

323. La visita a Antigonio

324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica

325. Los ocho apóstoles se reúnen con Jesús
cerca de Akcib

326. Un alto en Akcib

327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura

328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona

329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña

330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás

331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib

332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro

333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón

334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico

335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado

336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima

337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada

338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador

339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote

340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel

341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios

342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc

343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro

344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás

345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas

346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro

347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego

348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen

349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos

350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios

351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez

352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos

353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra

354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm

355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión

356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar

357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio

358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías

359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad

360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó

361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán

362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas

363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén

364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos

365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo

366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía

367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní

368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo

369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas

370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa

371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro

372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro

373. El día de la Parasceve.
En el Templo

374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel

375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel

376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido

377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte

378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa

379. Una premonición del
apóstol Juan

380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción

381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio

382. Un alto en casa de Nique

383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán

384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón

385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón

386. Hacia la orilla occidental
del Jordán

387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué

388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.

389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles

390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma

391. Curación del leproso Eliseo de Engadí

392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza

393. En la casa de campo de María de Keriot

394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot

395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas

396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones

397. Despedida de los fieles
de Yuttá

398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote

399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa

400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia

401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora

402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter

403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás

404. En camino hacia Emaús
de la llanura

405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel

406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles

407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos

408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea

409. El drama familiar del Anciano Juan

410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico

411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda

412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas

413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo

414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías

415. Un alto en el camino
en Betania

416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó

417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano

418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón

419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas

420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor

421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo

422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles

423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón

424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea

425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos

426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada

427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala

428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío

429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón

430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley

431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán

432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori

433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea

434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada

435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles

436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención

437. Coloquio
de Jesús con su Madre

438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote

439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios

440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo

441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola

442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María

443. La muerte del abuelo de Margziam

444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador

445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote

446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento

447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco

448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro

449. El pequeño Alfeo desamado de su madre

450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan

451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos

452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos

453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico

454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo

455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados

456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa

457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula

458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios

459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades

460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio

461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor

462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades

463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora

464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto

465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún

466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana

467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín

468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura

469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín

470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio

471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor

472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala

473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias

474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor

475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos

476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra

477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María

478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos

479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán

480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán

481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos

482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe

483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria

484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada

485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam

486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino

487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo

488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración

489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento

490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías

491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva

492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor

493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios

494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores

495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania

496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.

497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento

498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote

499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra

500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo

501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra

502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)

503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto

504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías

505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda

506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo

507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías

508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí

509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo

510. La curación de un ciego
de nacimiento

511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote

512. Profecía ante un pueblo destruido

513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel

514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía

515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad

516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios

517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error

518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor

519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro

520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana

521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana

522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo

523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos

524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos

525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí

526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista

527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo

528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote

529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob

530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote

531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví

532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob

533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote

534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles

535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás

536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro

537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle

538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores

539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes

540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año

 

487- En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la
naturaleza del Cristo


El Templo está aún más lleno de gente que el día anterior.

Y, entre el gentío que llena el primer patio y en él hormiguea, veo a muchos gentiles, muchos más que ayer. Todos esperan con gran interés, tanto los israelitas como los gentiles. Y hablan gentiles con gentiles y hebreos con hebreos, formando corrillos esparcidos acá o allá, sin perder de vista las puertas.

Los doctores, debajo de los pórticos, se esfuerzan en alzar la voz como reclamo y para hacer alarde de elocuencia. Pero la gente está distraída y predican a pocos alumnos.

Está Gamaliel. En su sitio. Pero no habla. Pasea atrás y adelante sobre su suntuosa alfombra, con los brazos cruzados, la cabeza baja, meditando. La larga túnica y el manto aún más largo -que está suelto y pende sujeto a los hombros por dos broches de plata, en forma de rosetones-forman por detrás una cola que él aparta con el pie cuando vuelve sobre sus pasos. Sus discípulos, los más fieles, bien juntos al muro, lo miran en silencio, con temor, y respetan la meditación de su maestro.

Algunos fariseos y algunos sacerdotes dan muestra de tener muchas cosas que hacer, y van y vienen... La gente, que comprende sus verdaderas intenciones, los señala -unos a otros se los señalan-, y algún comentario surge, como un cohete abrasador, para abrasar su hipocresía. Pero ellos fingen no oír.

Ven prudente no reaccionar, porque son pocos respecto a los muchos que no odian a Jesús y que, por el contrario, los odian a ellos.

-¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Hoy viene por la puerta Dorada!
-¡Corramos!
-Yo me quedo. Vendrá aquí a hablar. No pierdo el sitio.
-Yo tampoco. Además, los que se marchan dejan el sitio a los que nos quedamos.
-Pero ¿lo dejarán hablar?

-¡Si lo han dejado entrar!…
-Sí, pero es distinto. Como hijo de la Ley, no pueden impedirle entrar. Pero como rabí pueden echarlo si quieren.

-¡Cuántas distinciones! Si lo dejan ir a hablar al Dios, ¿por que no tienen que dejarlo hablar a hombres? -el que habla es un gentil.

-Es verdad -dice otro gentil.
-A nosotros, porque somos impuros, no nos dejáis ir allá, pero venir aquí sí, esperando que nos hagamos circuncisos...

-Calla, Quinto. Por esto le dejan que nos hable a nosotros. Esperando podarnos como si fuéramos árboles. Pero no, nosotros venimos para poner sus ideas como ramas de injerto en nosotros, silvestres.

-Así es. ¡Es el único que no nos desprecia!
-¡Respecto a esto! Cuando vamos con una bolsa de monedas a comprar no nos desprecian tampoco los otros.

-¡Mira! Los gentiles nos hemos quedado como dueños y señores de este sitio. ¡Oiremos bien! ¡Y vamos a ver mejor! Me gusta ver lar caras de sus enemigos ¡Por Júpiter! Un combate de caras...

-¡Calla! Que no te oigan nombrar a Júpiter. Está prohibido aquí.

-¡Bueno, entre Júpiter y Yeohveh hay poca diferencia! Y entre dioses no se ofenderán... Yo he venido movido por un buen deseo de escuchar; no para burlarme. ¡Se habla mucho, por todas partes, de este Nazareno! Me dije: en esta época hace bueno y voy a oírlo hablar. Hay quien va más lejos para oír los oráculos...
-¿De dónde vienes?
-De Perge. ¿Y tú?
-De Tarso.

-Yo soy casi hebreo. Mi padre era un helenista de Iconio. Pero se casó en Antioquía de Cilicia con una romana, y luego murió antes de que yo naciera. Pero la progenie es hebrea.

-Tarda en venir... ¿Será que lo han detenido?
-No temas. Nos lo dirían los gritos del gentío. Estos hebreos chillan como urracas, siempre...
-¡Ahí está! ¡Es Él! ¿Va a venir justamente aquí?  

-¿No ves que, arteramente, han ocupado todos los sitios menos este rincón? ¿Oyes cuántas ranas croan fingiéndose maestros?

-Pero aquel de allí está callado. ¿Es verdad que es el mayor doctor de Israel?

-Sí, pero... ¡Qué pedante! Un día lo escuché y, para digerir su ciencia, tuve que beber muchas copas de falerno en casa de Tito, en Beceta.
Se ríen.

Jesús se acerca lentamente. Pasa por delante de Gamaliel -que ni siquiera alza la cabeza-, y va al sitio de ayer.

La gente, mezcla, ahora, de israelitas, prosélitos y gentiles, comprende que va a empezar a hablar y susurra:

-Fijaos que habla públicamente y no le dicen nada.
-Quizás los príncipes y los jefes han reconocido en Él al Cristo. Ayer Gamaliel, cuando se marchó el Galileo, habló mucho con unos Ancianos.

-¡Pero es posible! ¿Cómo han hecho para reconocerlo de repente, si sólo un poco antes lo consideraban hombre merecedor de la muerte?

-Quizás Gamaliel tenía pruebas...

-¿Y qué pruebas? ¿Qué pruebas queréis que tenga en favor de ese hombre? -arremete uno.

-Cállate, ventajista. No eres más que el último de los escribanos. ¿Quién te ha preguntado? -y lo abuchean. Él se marcha.

Pero, en su lugar, aparecen otros, que no pertenecen al Templo, sino -ciertamente-a los incrédulos judíos:

-Nosotros tenemos las pruebas. Nosotros sabemos de dónde es éste. Pero, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es. No sabremos su origen. ¡Pero de éste! Es hijo de un carpintero de Nazaret, y todo su pueblo puede traer aquí su testimonio contra nosotros si mentimos...
Entretanto, se oye la voz de un gentil, que dice:

-Maestro, háblanos un poco a nosotros hoy. Nos ha sido dicho que afirmas que todos los hombres provienen de un solo Dios, el tuyo. Tanto que los llamas hijos del Padre.

Algunos poetas nuestros estoicos tuvieron también una idea semejante a ésta. Dijeron: "Somos estirpe de Dios". Tus connacionales dicen que somos más impuros que animales.

¿Cómo concilias las dos tendencias?

Se plantea la cuestión según las costumbres de las disputas filosóficas, al menos eso creo. Y, cuando Jesús está para responder, aumenta de tono la disputa entre los judíos incrédulos y los creyentes, y una voz estridente repite:

-¡Es un simple hombre! ¡El Cristo no será eso! ¡Todo en Él tendrá carácter excepcional: forma, naturaleza, origen!...
Jesús se vuelve en esa dirección y dice fuerte:

-¿Entonces me conocéis y sabéis de dónde vengo? ¿Estáis bien seguros de ello? ¿Y lo poco que sabéis no os dice nada? ¿No os resulta confirmación de las profecías? Pero no, vosotros no sabéis todo de mí.

En verdad, en verdad os digo que Yo no he venido por mí mismo, ni tampoco de donde vosotros creéis que he venido. Es la misma Verdad la que me ha enviado, y vosotros no la conocéis.

Prorrumpen los enemigos en un grito de enfado.

-La misma Verdad. Vosotros no conocéis sus obras. No conocéis sus caminos, los caminos por los que Yo he venido. El odio no puede conocer ni los caminos ni las obras del Amor. Las tinieblas no pueden aguantar la vista de la Luz. Mas Yo conozco a Aquel, que me ha enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un Todo con El. Y Él me ha enviado para que cumpla lo que su Pensamiento quiere.

Nace un tumulto. Los enemigos se lanzan contra Él para ponerle las manos encima, para capturarlo y pegarle.

Apóstoles, discípulos pueblo, gentiles, prosélitos reaccionan para defenderlo. Acuden otros a ayudar a los primeros, y quizás hubieran logrado su objetivo, pero Gamaliel, que hasta ese momento parecía ajeno a todo, deja su alfombra y va hacia Jesús ­apartado hacia el pórtico por quienes lo quieren defender-y grita:

-¡Dejadlo! Quiero oír lo que dice.

Más que el pelotón de legionarios que, de la Antonia, acude para calmar el tumulto, hace la voz de Gamaliel. El tumulto cesa cual torbellino que se deshace, y el clamor se calma transformándose en rumor. Los legionarios, por prudencia, se quedan cerca del muro externo, pero ya sin función alguna.

-Habla -ordena Gamaliel a Jesús -Responde a los que te acusan.

El tono es imperioso, pero no burlón.

Jesús da unos pasos hacia delante, hacia el patio.

Tranquilo, reanuda el discurso. Gamaliel permanece donde está, y sus discípulos se apresuran a llevarle alfombra y escabel para que esté cómodo. Pero él se queda de pie: los brazos cruzados, la cabeza baja, los ojos cerrados; concentrado en escuchar.

-Me habéis acusado sin motivo, como si hubiera blasfemado en lugar de decir la verdad. Yo, no para defenderme, sino para daros la luz con el fin de que podáis conocer la Verdad, hablo. Y no hablo por mí mismo, sino que hablo recordando las palabras en que creéis y por las que juráis.

Ellas me dan testimonio. Vosotros, lo sé, no veis en mí sino a un hombre semejante a vosotros, inferior a vosotros. Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías. Como mínimo pensáis que tendría que ser un ángel este Mesías, el cual debe tener un origen tan misterioso como para poder ser rey por la simple autoridad que el misterio de su origen suscita.

Pero, ¿acaso alguna vez en la historia de nuestro pueblo, en los libros que forman esta historia -y que serán libros tan eternos cuanto el mundo, porque a ellos los doctores de todas las naciones y de todos los tiempos irán a beber, para corroborar su ciencia y sus investigaciones sobre el pasado con las luces de la verdad-, acaso alguna vez se dice en estos libros que Dios haya hablado a un ángel suyo para decirle (Salmo 2, 7; ll0, l y 4): "Tú serás para mí, de ahora en adelante, Hijo, porque Yo te he engendrado"?».

Veo que Gamaliel pide una tablilla y pergaminos, se sienta y escribe...  

-Los ángeles, criaturas espirituales siervas del Altísimo y mensajeras suyas, han sido creados por Él como el hombre, como los animales, como todo lo que fue creado.

Pero no han sido engendrados por Él. Porque Dios engendra únicamente a otro Sí mismo, pues no puede el Perfecto engendrar sino a un Perfecto, a otro Ser parejo a Sí mismo, para no rebajar su perfección engendrando a una criatura inferior a Él. Ahora bien, si Dios no puede engendrar a los ángeles, y ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos, (Dios no puede... ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos: Debe leerse a la luz de la frase Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel, de unos renglones más abajo, donde se aduce un motivo de conveniencia, no de imposibilidad divina), ¿cómo será el Hijo al que dice:

"Tú eres mi Hijo. Hoy te he engendrado"? ¿Y de qué naturaleza será si, engendrándolo, y señalándoselo a sus ángeles, dice: "Y le adoren todos los ángeles de Dios"? ¿Y cómo será este Hijo, para merecer oír que el Padre -Aquel a cuya gracia se debe el que los hombres lo puedan nombrar con el corazón anonadado en adoración-le dice: "Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel para tus pies"?

Ese Hijo no podrá ser sino Dios como el Padre, con quien comparte atributos y poderes y con quien goza de la Caridad que los letifica en los inefables e incognoscibles amores de la Perfección hacia sí misma.

Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel, ¿habría podido decir de un hombre lo que, al final de éste hará tres años, dijo de quien aquí os habla en el vado de Betabara? (y muchos de vosotros que os oponéis a mí estabais presentes cuando lo dijo).

Vosotros lo oísteis y temblasteis. Porque la voz de Dios es inconfundible, y sin una especial gracia suya abate a quien la oye, y estremece su corazón.

¿Qué es, entonces, el Hombre que os habla? ¿Es, acaso, uno que ha nacido de principio y de voluntad de hombre, como todos vosotros? ¿Habría podido poner el Altísimo a su Espíritu a vivir en una carne carente de gracia, como es la de los hombres nacidos por voluntad carnal? ¿Y podría el Altísimo, como satisfacción de la gran Culpa, aplacarse con el sacrificio de un hombre?

Pensad. Él no designa a un ángel para ser Mesías y Redentor. ¿Podrá, entonces, designar a un hombre para serlo? ¿Y podía el Redentor ser sólo Hijo del Padre, sin asumir naturaleza humana; ser el Redentor con medios y poderes que superaran las humanas deducciones? ¿Y el Primogénito de Dios podía, acaso, tener padres, si es el Primogénito eterno? ¿No se os trastoca el soberbio pensamiento ante estos interrogantes, que suben hacia los reinos de la Verdad, acercándose cada vez más a ella, y que hallan respuesta sólo en un corazón humilde y lleno de fe?

¿Quién debe ser el Cristo? ¿Un ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios. Pero con una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable. Todas las cosas deben ser redimidas a través de la materia con que pecaron. Dios, por tanto, habría debido enviar a un ángel para expiar las culpas de los ángeles caídos, y que expiara por Lucifer y sus seguidores angélicos.

Porque ya sabéis que Lucifer también pecó. Pero Dios no envía a un espíritu angélico a redimir a los ángeles tenebrosos. Ellos no han adorado al Hijo de Dios, y Dios no perdona el pecado contra su Verbo engendrado por su Amor.

Pero Dios ama al hombre y envía al Hombre, al único perfecto, a redimir al hombre y a obtener paz con Dios. Y es justo que sólo un Hombre-Dios pueda cumplir la redención del hombre y aplacar a Dios.

El Padre y el Hijo se han amado y se han comprendido. Y el Padre ha dicho:

"Quiero". Y el Hijo ha dicho: "Quiero". Y luego el Hijo ha dicho: "Dame". Y el Padre ha dicho: "Toma", y el Verbo tuvo una carne, cuya formación es misteriosa, y esta carne se llamó Jesucristo, Mesías, Aquel que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al demonio, quebrar las esclavitudes.

¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede cumplir lo que el Hijo del hombre puede. Y, por esto, Dios no llama a los ángeles a la gran obra, sino al Hombre. Aquí tenéis al Hombre cuyo origen se os presenta incierto, o es negado por vosotros u os pone pensativos. Aquí tenéis al Hombre.

Al Hombre aceptable para Dios. Al Hombre representante de todos sus hermanos. Al Hombre que es como vosotros en la semejanza; al Hombre superior y distinto de vosotros por la proveniencia; el cual -que no por un hombre sino por Dios ha sido engendrado y consagrado para su ministerio-está ante el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo, eterno y supremo Pontífice, Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

¡No temáis! No tiendo mis manos hacia la tiara pontifical. Otra corona me espera. ¡No temáis! No os voy a quitar el racional. Otro está ya preparado para mí. Temed sólo, más bien, el que para vosotros no sirva el sacrificio del Hombre y la misericordia del Cristo. Os he amado tanto, tanto os amo, que he obtenido del Padre mi anonadamiento. Os he amado tanto, tanto os amo, que he pedido asimilar todo el dolor del mundo para daros la salud eterna.

¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía? ¿No está escrito del Cristo: "Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec"? ¿Y cuándo comenzó el sacerdocio?

¿Quizás en tiempos de Abraham? No. Y vosotros lo sabéis. El rey de justicia y de paz (Génesis l4, l8-20) que viene a anunciarme, con figura profética, en la aurora de nuestro pueblo, ¿no os apercibe acerca de la existencia de un sacerdocio más perfecto, que viene directamente de Dios?; como Melquisedec, de quien nadie pudo jamás señalar sus orígenes y que es llamado "el sacerdote" y sacerdote será para siempre.

¿No creéis ya en las palabras inspiradas? Y, si creéis, ¿cómo es que vosotros, doctores, no sabéis dar una explicación aceptable a las palabras que dicen -y de mí hablan-: "Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec"? Hay, pues, otro sacerdocio, más allá, antes del de Aarón. Y de éste está escrito "eres"; no, "fuiste"; no, "serás". Eres sacerdote para siempre. He aquí, pues, que esta frase anticipa que el eterno Sacerdote no será de la estirpe, conocida, de Aarón, no será de ninguna estirpe sacerdotal. No; será de proveniencia nueva, misteriosa, como Melquisedec. Es de esta proveniencia. Y si la Potencia de Dios lo manda, señal es de que quiere renovar el Sacerdocio y el rito para que sea provechoso para la Humanidad.

¿Conocéis vosotros mi origen? No. ¿Conocéis mis obras? No. ¿Intuís sus frutos? No. Nada sabéis de mí. Podéis ver, pues, que también en esto soy el "Cristo", cuyo origen y naturaleza y misión deben permanecer desconocidos hasta que a Dios le plazca revelarlos a los hombres.

Bienaventurados los que sepan, los que saben creer antes de que la revelación tremenda de Dios los aplaste contra el suelo con su peso y ahí los clave y triture bajo la fulgurante, poderosa verdad pronunciada: como trueno desde los Cielos; como grito desde la Tierra: "Éste era el Cristo de Dios".

Vosotros decís: "Es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es María". No. Yo no tengo padre que me haya engendrado hombre; no tengo madre que me haya engendrado Dios. Y, no obstante, tengo una carne, y la he asumido por misteriosa obra del Espíritu, y he venido a vosotros pasando por un tabernáculo santo. Y os salvaré después de haberme formado a mí mismo por voluntad de Dios; os salvaré haciendo salir a mi verdadero Yo mismo del tabernáculo de mi Cuerpo para consumar el gran Sacrificio de un Dios que se inmola por la salvación del hombre.

¡Padre! ¡Padre mío! Te lo dije al principio de los días: "Aquí estoy, para hacer tu voluntad". Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne, y así padecer: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad". Te lo digo una vez más  para santificar a aquellos por quienes he venido: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad". Y volveré a decírtelo, siempre te lo diré, hasta que tu voluntad sea cumplida...

Jesús baja los brazos -los tenía levantados hacia el cielo, orando-, los recoge en su pecho y agacha la cabeza, cierra los ojos y se sume en una oración secreta.

La gente bisbisea. No todos han comprendido; es más, la mayoría (y yo con ellos) no ha comprendido. Somos demasiado ignorantes. Pero intuimos que ha enunciado cosas grandes. Y, admirados, guardamos silencio.

Los maliciosos, que no han comprendido o no han querido comprender, sonriendo malévolamente dicen: «¡Éste delira!». Pero no se atreven a decir más y se apartan o se encaminan hacia las puertas meneando la cabeza. Tanta prudencia creo que es el fruto de las lanzas y dagas romanas que brillan al sol contra la muralla externa.
Gamaliel se abre paso entre los que quedan. Llega hasta Jesús, que sigue en oración, absorto, lejanos la gente y el lugar, y lo llama:

-¡Rabí Jesús!

-¿Qué quieres, rabí Gamaliel? -pregunta Jesús alzando la cabeza, todavía absortos sus ojos en una interna visión.
-Que me des una explicación.
-Habla.

-¡Apartaos todos! -ordena Gamaliel, y lo hace con un tono tal, que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos, y los propios discípulos de Gamaliel se apartan rápidamente.

Se quedan solos, uno frente al otro. Y se miran. Jesús siempre manso y dulce; el otro, autoritario sin querer e involuntariamente soberbio de aspecto (expresión que ciertamente le ha venido de los años de deferencia exagerada).

-Maestro... Me han sido referidas unas palabras tuyas dichas en un banquete... que yo desaprobé porque era insincero. Yo contradigo o no contradigo, pero siempre abiertamente... He meditado en esas palabras. Las he cotejado con las que tengo en mi recuerdo... Y te he esperado, aquí, para preguntarte acerca de ellas... Y primero he querido oírte hablar... Ellos no han comprendido. Yo espero poder comprender. He escrito tus palabras mientras las pronunciabas. Para meditarlas. Y no para perjudicarte. ¿Me crees?

-Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas llamear ante tu espíritu.

-Que así sea. Escúchame. Las piedras que deben estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?
-No, rabí. Éstas (y señala a las murallas del Templo con gesto circular). ¿Por qué lo preguntas?

-Porque mi corazón se estremeció cuando me fueron referidas tus palabras del banquete, y tus respuestas a los tentadores. Creía que ese estremecimiento era el signo...

-No, rabí. Es demasiado poco el estremecimiento de tu corazón y el de pocos otros para ser el signo que no deja dudas... Aunque tú, con raro juicio de humilde conocimiento de ti, defines tu corazón como piedra. ¡Oh, rabí Gamaliel, ¿te es imposible hacer de tu corazón petrificado un luminoso altar que acoja a Dios? No por interés mío, rabí, sino para que tu justicia sea completa...

Y Jesús mira dulcemente al anciano maestro, que zalea su barba e introduce los dedos por debajo de la prenda que cubre su cabeza y corruga su frente; susurra, bajando la cabeza para decirlo:

-No puedo... No puedo todavía... De todas formas, espero... ¿Sigue en pie ese signo que vas a dar?
-Lo daré.
-Adiós, Rabí Jesús.

-El Señor venga a ti, rabí Gamaliel.
Se separan. Jesús hace una señal a los suyos y con ellos se encamina hacia fuera del Templo.

Escribas, fariseos, sacerdotes, discípulos de rabíes, como buitres, circundan velozmente a Gamaliel, que está metiéndose en el ancho cinturón los folios que ha escrito.

-¿Entonces? ¡Qué te parece? ¡Un loco? Has hecho bien en escribir esos delirios. Nos serán útiles. ¿Has decidido?

¡Estás convencido? Ayer... hoy... Más que suficiente para convencerte. Hablan tumultuariamente, y Gamaliel calla, y, mientras, se coloca el cinturón, cierra el tintero que lleva colgado a éste, devuelve a su discípulo la tablilla en que se ha apoyado para escribir en los pergaminos.

-¿No respondes? Desde ayer no hablas... -insta un colega suyo.

-Escucho. No a vosotros. A Él. Y trato de reconocer en las palabras de ahora la palabra que me habló un día. Aquí.
-¿Y... la encuentras? -ríen muchos.

-Como un trueno, que tiene voz distinta según esté más cercano o más lejano. Pero siempre es ruido de trueno.
-Sonido sin significado, entonces -dice uno, burlón.
-No te rías, Leví. En el trueno puede estar también la voz de Dios; y nosotros ser tan necios que la tomemos por rumor de nubes laceradas... No te rías tú tampoco,

Elquías, ni tú, Simón; no sea que el trueno se transforme en rayo y os reduzca a cenizas...

-Entonces... tú... casi estás diciendo que el Galileo es aquel niño que con Hil.lel creíste profeta; y que aquel niño y ese hombre son el Mesías... -inquieren, con mordacidad (aunque velada, porque Gamaliel se hace respetar).

-No digo nada. Digo que el ruido del trueno es siempre ruido trueno.

-¿Más cercano o más lejano?

-¡Ay! Las palabras son más fuertes, producto de la edad. Pero veinte años pasados han hecho veinte veces más cerrado mi intelecto ante el tesoro que posee. Y el sonido penetra más débilmente... -Gamaliel deja caer la cabeza sobre el pecho, meditabundo.

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Te haces viejo y te haces necio, Gamaliel! Tomas por realidad los fantasmas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -todos ríen.

Gamaliel se encoge de hombros con desdén. Luego recoge su manto, que le pendía de los hombros; se envuelve con más de una vuelta -es muy amplio-y da las espaldas a todos sin replicar nada, despreciativo en su silencio.

   


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