Friday March 29,2024
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MIS ENCUENTROS
CON MARIA




Autora: Maria Susana Ratero

Parte 1

Partes: [ 1 ] [ 2 ]


»Introducción 

»1.-Anuncios Dolorosos

»2.-Carta de Maria
para ti Mujer

»3.-Con María en Pascua
de Resurrección

»4.-Con María acompañando
a Juan Pablo II

»5.-Con María amasando la primera Eucaristía

»6.-Con María aprendiendo
de su admirable asunción

»7.-Con María bebiendo
del río de rosas

»8.-Con María caminando
hacia Belén

»9.-Con María caminando
la cuaresma

»10.-Con María camino
de Emaús

»11.-Con María camino
del calvario

»12.-Con María el día de
los Santos inocentes

»13.-Con María el día de su presentación al templo

»14.-Con María en busca del Sagrado Corazón

»15.-Con María en domingo
de Ramos

»16.-Con María en la carreta
de mi vida

»17.-Con María en la fiesta
del Corspus

»18.-Con María en la puerta
de la Misericordia

»19.-Con María esperando
la Resurrección

»20.-Con María esperando Pentecostés

»21.-Con María levantando
el Corazón

»22.-Con María recordando
la Anunciación

»23.-Con María recordando
la Ascención

»24.-Con María y la soledad
de Jesús Sacramentado

»25.-Con María y un Rosario
antes de Misa

»26.-Con María en Caná
de Galilea

»27.-De cara al mundo

»28.-Desde las pequeñas cosas

»29.-El Angel Gabriel y la Inmaculada

»30.-El Avemaría desde
tu corazón


 

Con María camino de Emaús


Madre, hoy siento que se me ha quedado el alma sin caminos. Muchos buenos proyectos me llevan esfuerzo y tiempo. A simple vista pareciera que avanzo con pasos seguros y haciendo lo correcto. Pero tú, madrecita, conoces los secretos de mi corazón y sabes que no siempre las apariencias reflejan la verdad. O sea, me siento perdida, como caminando hacia...

- Hacia Emaús, hija. Estás caminando hacia Emaús.

- Y eso ¿Qué significa, Señora?

- Que quizás esperabas algo que no ha sucedido y regresas al mundo desilusionada. Tal vez sólo escuchabas tu propia voz y anhelabas tus propias metas. Al no alcanzarlas decides volver, con el alma profundamente entristecida.

   Me quedo en silencio ante tu imagen. Silencio exterior porque dentro de mí se agitan, desenmascarados, mil pensamientos egoístas.  Con cuánto dolor reconozco, Madre, que elegí regresar, abatida, a Emaús, en lugar de quedarme en Jerusalén, suplicando, día y noche, la asistencia del Espíritu Santo.

- Pero ¿Cómo sabré cuándo camino hacia Emaús?

- Ven, hija, ven conmigo y te mostraré.

   Tu corazón abraza al mío y nos vamos a la Jerusalén de tus días. Pasamos por la casa de dos plantas donde más tarde llegará el Paráclito. Veo entrar a Pedro, con el corazón destrozado de dolor, reflejado en una mirada lejana...

   Cleofás y su amigo están por entrar a la casa. Pero el primero se detiene y formula la crucial pregunta:

      - ¿Para qué?...- y menea la cabeza buscando en su amigo la respuesta que debía estar en su interior-¿Para qué quedarnos aquí si todo acabó ya?. Mejor vámonos a casa.

- Quizás tengas razón. Tres días han pasado desde la muerte de Jesús... Él dijo que volvería pero... ya no sé qué creer.

   Y así, entre dudas y deducciones armadas comienzan a caminar hacia Emaús... hacia el olvido. Hacia el paisaje incierto que le dibujan sus propias cavilaciones.

   María y yo les seguimos. Cleofás  y su amigo tratan de justificar de mil maneras su falta de esperanza.

- ¿Por qué no les avisas, Señora, que Jesús ha resucitado?

- Míralos bien, hija.

   Les miro, Cleofás y su amigo reflejan mi propia imagen. Uno y otro hablan entre sí y puedo escuchar, de sus labios, palabras conocidas. Mis propias dudas, mis excusas, mis “motivos” para alejarme. Lo que no puede disfrazar mi corazón intenta hacerlo mi inteligencia.

    - ¡Señora! Pero si soy yo... digo ellos son...

- Quise que vieras por ti misma. Es un regalo que no todos pueden disfrutar. Aprovéchalo.

   En ese momento se acerca el Maestro y se dispone a acompañarme.

- ¿De qué hablas?

- ¡Cómo, Maestro! ¿No sabes lo que ha ocurrido?- Y allí le doy el relato de mis propias cruces, dolores, angustias, desilusiones y todo cuanto pudo manotear mi corazón. Así, mezclado, enredado y mal presentado. Desilusionado y quejoso mi pobre corazón camina con el Maestro.

   ¡Qué desperdicio, Señora mía!

- Es cierto, qué desperdicio para ti y qué dolor para Él- murmuras, Madre, bajito a mi alma.

   Seguimos caminando y mi corazón sigue quejándose. O sea, Emaús cada vez más cerca y Jerusalén cada vez más lejos.

- ¡Ay, mujer! ¡Cuánto te cuesta ver en cada dolor un camino, en cada desilusión una oportunidad de elevar tu alma por encima de la mezquindad! ¡Cuánto te cuesta ver!- dice Jesús a mi corazón y sus ojos reflejan una enorme tristeza por cada uno de mis olvidos.

- ¡Abre mis ojos, Maestro, por favor!

- Aún no, aún debes llegar a Emaús.

- Pero... es que ya no quiero llegar..

   Jesús nada dice y continúa caminando. Voy tras sus pasos sin comprender ¿Acaso importa? Camino tras Él y eso me basta. Si Él está delante de mí, mi alma cierra sus puertas a toda duda, pregunta o cuestionamiento.

   Vamos llegando a Emaús ¡No puede ser! Pero... Madre ¡Son las calles de mi barrio!

- ¡Señor Jesús, estamos casi en mi casa! -y mi alma comienza a enteder, apenas, que los senderos más valiosos son interiores.

   El Maestro no se detiene, mientras la noche comienza a cerrarse.

   Un susurro suplicante se abre paso entre mis lágrimas.

- Quédate conmigo, Maestro, porque ya es tarde y el día se acaba...

   Al entrar en casa la mesa está servida y mi familia esperándome.

- Llegas justo a cenar- me dice mi esposo.

   Quiero decirles que Jesús está parado al lado mío... giro el rostro y el Señor me pide silencio.

   Nos sentamos a la mesa. Jesús me pide un trozo de pan y lo parte para los míos. Cuando quiero atinar a decir una palabra, Él se ha ido.

   Te busco, entonces, Madre querida y me sonríes desde tu pequeña imagen de la cocina.

 - ¿Por qué se ha ido, Señora?

- Él no se ha ido. Sólo porque tu no puedes verlo, no significa que no esté.

- Entonces -continúan mi alma y la tuya en silencioso diálogo-¿Éste fue mi camino de Emaús?

- Sí, querida mía, éste fue tu camino. Pero, recuerda, has recorrido sólo la mitad. Aún te falta el regreso. ¿No ardía tu corazón mientras le veías entre los tuyos?

- Sí, Madre, verlo en la mesa de mi casa fue uno de los regalos más grandes que me has hecho.

- Dime ahora ¿Qué esperas para tomar el camino de regreso?

- ¡Ay, amiga! Soy tan torpe e ignorante que no puedo comprenderte. Aún así, tú me cuentas y explicas tantas cosas... ¿Qué es eso de volver a Jerusalén?

- El camino de regreso es interior, hija. Debes volver al sitio donde te quedaste llena de dudas, desesperanza y soledad. Desde allí remontar el regreso a tu Jerusalen interior. Busca la casa de dos plantas y llama... llama hasta que te abran. Llama sin desfallecer y sin hacer cavilaciones que si te querrán abrir o no, si les agradará tu presencia o no. Tú solo llama. Cuando la puerta se abra, sube y espera al Espíritu Santo. No te fijes si otros están o no, si otros no quisieron llamar a la puerta o si, por el camino, los invitaste y no te escucharon. Espera, hija, al Paráclito, y que el encuentro sea interior. Allí, en la vastedad del alma, donde no hay distancias ni tiempo. Allí donde el abrazo es pleno y el encuentro único.

- Madre... yo... muchas veces le he pedido al Espíritu Santo que venga a mi corazón y me ilumine. Le pido me acompañe en el diario caminar, pero reconozco que no le hospedo mucho tiempo. Él se debe alejar pues le lastiman mis olvidos y pecados... Por eso te pregunto ¿Basta un solo regreso de Emaús?...

- ¿Cuántas veces crees que volverás a sentirte desilusionada, triste o agobiada por el peso de la cruz?

- Pues, sé que muchas, aunque te diga que ninguna más, yo sé que muchas...

- Entonces, tantas veces como vayas a Emaús, regresa a Jerusalén como te he enseñado.

- ¿Y cuando no encuentre el camino de regreso?

- Llevas colgado de tu cuello el mejor de los mapas. No temas, hijas. Recuerda que estoy a la distancia de una oración. Siempre dispuesta a tomar tu mano para indicarte el camino más corto, fácil, perfecto y seguro (*) para llegar a Jesucristo...

   Te acomodas de nuevo en tu retrato... vuelvo a mi mesa, a mi casa, a mis pequeñas cosas...

   El camino de Emaús, un camino que mi alma debe aprender a recorrer contigo, Madre. Tú, delicada como siempre, me dejas un mapa para que no me asuste la oscuridad del paisaje.

   El mapa hacia mi Jerusalén interior, o el Rosario... ahora sé que es lo mismo...
...................
(*) San Luis María Grignon de Montfort   

 

   

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