GRANDES FUNERALES EN LA CORTE
SUEÑO 18.—AÑO DE 1854. PRIMERA PARTE
El presente sueño está relacionado con la actitud del Parlamento Piamontés y del ministro Cavour, que pretendían poner en vigor la ley Ratazzi, sobre supresión de los bienes eclesiásticos y prácticamente de las Ordenes religiosas.
San Juan Bosco, previendo los males que con ello se ocasionarían a la Iglesia, deseaba apartar de la Casa Real de Saboya las divinas amenazas que sobre ella se cernían, y a él reveladas.
Y, en consecuencia, he aquí el sueño que tuvo hacia finales del mes de noviembre de 1854.
«Le pareció encontrarse en el lugar donde se levanta el pórtico central del Oratorio, obra entonces en construcción, junto a la bomba hidráulica colocada en la pared de la Casita Pinardi. Estaba rodeado de sacerdotes y clérigos. De pronto vio que avanzaba hacia el centro del patio un paje de la Corte vestido de uniforme rojo, el cual, apresuradamente llegó adonde San Juan Bosco se encontraba, pareciéndole al Santo oírle gritar:
—¡Una gran noticia!
—¿Qué noticia?, —le preguntó San Juan Bosco.
—¡Anuncia! ¡Gran funeral en la Corte! ¡Gran funeral en la Corte!
San Juan Bosco, ante esta imprevista aparición y al escuchar aquel anuncio quedó como petrificado, mientras el pajecillo volvía a repetir:
—¡Gran funeral en la Corte!
San Juan Bosco quiso entonces preguntarle algo más sobre su fúnebre anuncio, pero al intentar hacerlo, el paje había desaparecido.
Habiéndose despertado, el Santo estaba como fuera de sí, y al comprender el misterio de aquella aparición, tomó la pluma y comenzó a redactar una carta dirigida a Víctor Manuel, poniendo en ella de manifiesto cuanto le había sido anunciado y relatando en ella el sueño con toda sencillez.
Después del mediodía llegó al comedor con un poco de retraso. Los jóvenes recuerdan aún cómo siendo aquel año de un frío intensísimo, Don Bosco llevaba puestos unos guantes muy viejos y estropeados y entre las manos un paquete de cartas.
Se formó entonces un corro a su alrededor. Estaban presentes Don Alasonatti, Ángel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Afifossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayoría clérigos.
San Juan Bosco comenzó a decir sonriendo: —Esta mañana, queridos hijos, he escrito tres cartas a otros tantos personajes: Al Papa, al Rey y al verdugo.
La risa fue general al sentir pronunciar unidos los nombres de estos tres personajes. En cuanto a la referencia del verdugo, a nadie le cogió de sorpresa, pues todos sabían que el Santo tenía amistad con los empleados de la cárcel y que precisamente el verdugo era un cristiano ejemplar, ejerciendo la caridad para con los pobres lo mejor que podía. Solía escribir las solicitudes que la gente del pueblo quería hacer al Rey o a las autoridades y a la sazón le amargaba una pena muy honda, pues había tenido que retirar de las escuelas públicas a un hijo suyo, porque los compañeros huían de él por ser el hijo del verdugo.
En cuanto al Papa Beato Pio IX, nadie ignoraba ¡a correspondencia que San Juan Bosco mantenía con el Vicario de Cristo. Por tanto, lo que intrigaba a los oyentes era el hecho de que el siervo de Dios hubiese escrito al rey, tanto más que todos sabían lo que el santo pensaba sobre la usurpación de los bienes de la Iglesia. San Juan Bosco no tuvo a sus oyentes en vilo mucho tiempo y así les manifestó de inmediato cuanto había escrito al monarca aconsejándole que no permitiese la tramitación de tan infausta ley. Les narró, pues, el sueño que había tenido, terminando el relato con estas palabras:
—Este sueño me ha causado mucho malestar y me ha fatigado mucho.
San Juan Bosco parecía muy preocupado en aquella ocasión, exclamando de vez en cuando:
¿Quién sabe?... ¿Quién sabe?... Recemos... recemos... Sorprendidos los clérigos, al oír el relato del sueño comenzaron a hacer cabalas y a preguntarse mutuamente si se sabía si en el palacio real había algún noble enfermo; todos concluyeron que nada se podía asegurar sobre el particular.
San Juan Bosco, entre tanto, llamando al clérigo Ángel Savio, le entregó una carta.
—Copíala —le dijo— y anuncia al rey: ¡Gran funeral en la Corte!
El clérigo Savio hizo lo que se le había indicado, pero el rey, según se supo después por los confidentes del Monarca, leyó el escrito con indiferencia y no hizo caso de lo que se le decía.
[Contínua parte II]