Wednesday April 24,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO

San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

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1.- La misión futura: «Gran sueño», a la edad de 9 años

2.- Amonestación del Cielo

3.- Mirando hacia el porvenir

4.- El tema mensual

5.- Enfermedad de Antonio Bosco

6.- Sobre la elección de estado

7.- Sacerdote y Sastre

8.- El sueño a los 21 años

9.- La Pastorcilla y el rebaño

10.- El porvenir del Oratorio

11.- Los Mártires de Turín

12.- Suerte de dos jóvenes que abandonan el Oratorio

13.- Entrevista con Comollo y precio de un Cáliz

14.- El emparrado

15.- Encuentro con Carlos Alberto

16.- El porvenir de Cagliero

17.- El globo de fuego

18.- Grandes funerales en la corte, parte a

18.- Grandes funerales en la corte, parte b

19.- Las 22 lunas

20.- La rueda de la fortuna

21.- Mamá Margarita

22.- Los panes

23.- La marmotita

24.- El gigante fatal

25.- Documentos comprometedores

26.- Las catorce mesas

27.- Sobre el estado de las conciencias

28.- Mortal amenaza

29.- Un paseo al Paraíso

29.- Un paseo al Paraíso, parte b

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

30.- La linterna mágica, parte a

30.- La linterna mágica, parte b

30.- La linterna mágica, parte c

30.- La linterna mágica, parte d

31.- Las dos casas

32.- Las dos pinos

33.- El pañuelo de la virgen

34.- Las distracciones de la iglesia

35.- Los jugadores

36.- Predicción de una muerte, parte I

36.- Predicción de una muerte, parte II

37.- Las dos columnas

38.- El sacrilegio

39.- El caballo rojo

40.- La serpiente y el Ave María

41.- Los colaboradores de Don Bosco

42.- Asistencia a un niño muribundo

43.- El elefante blanco

44.- El bolso de la virgen

45.- Una muerte profetizada

46.- El foso y la serpiente

47.- Los cuervos y los niños

48.- Las diez colinas, parte a

48.- Las diez colinas, parte b

49.- La viña, parte a

49.- La viña, parte b


ENCUENTRO CON CARLOS ALBERTO

SUEÑO 15.—AÑO DE 1847.

La gratitud y el afecto que San Juan Bosco sentía hacia el rey Carlos Alberto fue puesto de manifiesto repetidas veces por el Santo, como lo atestiguan las Memorias Biográficas.

Tras hacer referencia a la liberación de Roma por las tropas francesas y a la entrega de las llaves de la Ciudad Eterna al Papa Beato Pio IX por el general Oudinot, Don Lemoyne continúa:

«Pero si [San] Juan Bosco recibió un gran consuelo al conocer esta noticia, llegó a Turín otra que causó un profundo dolor a él y a sus hijos. Gravemente enfermo de una antigua dolencia, en Oporto y abrumado bajo el peso de la desventura, Carlos Alberto, confortado con los auxilios de nuestra Santa Religión, murió como un buen cristiano el 28 de julio de 1847. [San] Juan Bosco hizo rezar, como era su deber, por un soberano al cual estimaba y amaba sobremanera y que en repetidas ocasiones había ayudado y protegido a su institución.

Su dolor iba unido a una gran esperanza, pues el monarca había sido muy devoto de la Consolata y su caridad para con los pobres había sido excepcional. Sobre su féretro no aletearon las angustiosas dudas que a veces atenazan el corazón sobre el destino eterno de un alma, antes como un amable recuerdo que ocupaba la mente de [San] Juan Bosco, de cuando en cuando, la figura de Carlos Alberto, reverdecía en la fantasía de nuestro fundador, y así, algunos años después nos contaba a dos de sus hijos esta graciosa pesadilla que le había durado toda la noche:

Me pareció encontrarme en los alrededores de Turín, paseando por el centro de una gran avenida. Cuando he aquí que viene a mi encuentro el rey Carlos Alberto, el cual, sonriente, se detuvo a saludarme.

—¡Oh, majestad!, —exclamé.

—¿Cómo está usted, [San] Juan Bosco?

—Muy bien, y me alegro mucho de verle.

—Si es así, ¿me quiere acompañar a dar un paseo?

—Con sumo gusto.

—¡Pues, vamos!

Nos pusimos en camino hacia la ciudad. El rey no llevaba puesta ninguna insignia que declarase su dignidad; vestía ropas blancas, aunque no del todo blancas.

—¿Qué piensa de mí?, —me preguntó el monarca.

—Sé que es un buen católico,—le repliqué.

—Para Vos, soy algo más que eso; sabe cómo he amado siempre su obra. Siempre tuve el mayor deseo de verla prosperar. Me habría gustado muchísimo ayudarlo, pero los acontecimientos me lo impidieron.

—Si es así, majestad, me atrevería a hacerle un ruego.

—Hable, hable.

—Le pediría que presidiese la fiesta de San Luis Rey que vamos a celebrar en el Oratorio este año.

—Con mucho gusto: pero tenga presente que la cosa daría mucho que hablar; sería algo inaudito, por lo que parece que no es conveniente una fiesta tan sonada. Con todo, veré la manera de complacerlo, aun sin mi presencia.

Continuamos hablando de otras cosas hasta que llegamos cerca del Santuario de la Consolata. En dicho lugar había como una entrada subterránea en la ladera de una elevada colina y la galería a que daba acceso, en vez de descender, subía.

—Hay que pasar por aquí, —me dijo el rey.

Y doblando las rodillas y tocando casi el suelo con su majestuosa frente, sin cambiar de postura, comenzó a subir y desapareció.

Entonces, mientras yo examinaba aquella entrada y procuraba penetrar con la vista la oscuridad de las tinieblas, me desperté».

Compulsando la fecha de este sueño hemos comprobado que poco después, en el Oratorio se recibió un generoso donativo de la Casa Real.

El corazón de Don Bosco latía al unísono con el de Carlos Alberto, Beato Pío Pp. IX y el San José Benito Cottolengo y a sus jóvenes estuvo reservado el honor de cantar muchas veces en la Catedral la Misa de Réquiem en el aniversario de la muerte del monarca.

 

   

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