Thursday April 25,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO

San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

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1.- La misión futura: «Gran sueño», a la edad de 9 años

2.- Amonestación del Cielo

3.- Mirando hacia el porvenir

4.- El tema mensual

5.- Enfermedad de Antonio Bosco

6.- Sobre la elección de estado

7.- Sacerdote y Sastre

8.- El sueño a los 21 años

9.- La Pastorcilla y el rebaño

10.- El porvenir del Oratorio

11.- Los Mártires de Turín

12.- Suerte de dos jóvenes que abandonan el Oratorio

13.- Entrevista con Comollo y precio de un Cáliz

14.- El emparrado

15.- Encuentro con Carlos Alberto

16.- El porvenir de Cagliero

17.- El globo de fuego

18.- Grandes funerales en la corte, parte a

18.- Grandes funerales en la corte, parte b

19.- Las 22 lunas

20.- La rueda de la fortuna

21.- Mamá Margarita

22.- Los panes

23.- La marmotita

24.- El gigante fatal

25.- Documentos comprometedores

26.- Las catorce mesas

27.- Sobre el estado de las conciencias

28.- Mortal amenaza

29.- Un paseo al Paraíso

29.- Un paseo al Paraíso, parte b

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

30.- La linterna mágica, parte a

30.- La linterna mágica, parte b

30.- La linterna mágica, parte c

30.- La linterna mágica, parte d

31.- Las dos casas

32.- Las dos pinos

33.- El pañuelo de la virgen

34.- Las distracciones de la iglesia

35.- Los jugadores

36.- Predicción de una muerte, parte I

36.- Predicción de una muerte, parte II

37.- Las dos columnas

38.- El sacrilegio

39.- El caballo rojo

40.- La serpiente y el Ave María

41.- Los colaboradores de Don Bosco

42.- Asistencia a un niño muribundo

43.- El elefante blanco

44.- El bolso de la virgen

45.- Una muerte profetizada

46.- El foso y la serpiente

47.- Los cuervos y los niños

48.- Las diez colinas, parte a

48.- Las diez colinas, parte b

49.- La viña, parte a

49.- La viña, parte b


ENTREVISTA CON COMOLLO Y PRECIO DE UN CÁLIZ

SUEÑO 13.—AÑO DE 1847.

Luis Comollo fue compañero de San Juan Bosco en el Seminario de Chieri; joven de raras virtudes, pronto entabló estrecha amistad con el Santo.

Luis era el monitor de Juan y viceversa. Amistad pura, desinteresada, de noble, de verdadera emulación. De salud enfermiza, Comollo llegó a desmejorar visiblemente y acentuándose el mal, murió santamente el 2 de abril de 1839.

Esto afligió profundamente el corazón sensibilísimo de Juan, causándole al mismo tiempo graves trastornos en la salud.

Los dos amigos y émulos en la virtud, discurrieron sobre cosas espirituales,  llegaron a prometerse recíprocamente,  entre broma y serio, el comunicarse después de la muerte la suerte corrida al pasar los umbrales de la eternidad; promesa que conocían muchos otros de sus compañeros.

Y precisamente la noche del 3 al 4 de abril o la inmediata siguiente al sepelio de Comollo, hacia la madrugada, y cuando todos dormían, oyóse un estruendo formidable en el dormitorio de Juan, mientras una luz vivísima avanzaba hacia su cama y una voz le decía clara y distintamente:

—¡Bosco, Bosco, me he salvado!  Cesó seguidamente el ruido y poco a poco desapareció la luz.

Juan, incorporado en el lecho y sobrecogido ante aquella visión, distinguió perfectamente la voz de su amigo, quien había venido a cumplir la palabra empeñada.

Los seminaristas que ocupaban las camas inmediatas, también lo oyeron.

Los más, aterrados, saltaron del lecho y agrupados en torno al vigilante pasaron levantados el resto de la noche, no faltando quienes fueron a refugiarse a la Capilla.

El hecho produjo el consiguiente revuelo, pero todo sirvió para poner de relieve la recia personalidad del seminarista de Becchi.

Este llevó, sin embargo, la peor parte, pues el acontecimiento le costó una enfermedad larga y penosa. Después, amaestrado por esta experiencia, solía aconsejar que no se hicieran tales pactos; pues no es fácil a la flaqueza humana soportar las relaciones con lo sobrenatural.

Al producirse, pues, el sueño que vamos a exponer a continuación y en el que aparece nuevamente Luis Comollo, habían pasado ya más de seis años de la muerte de éste.

He aquí lo que narra Don Lemoyne:

«La habitación ocupada por San Juan Bosco fue siempre considerada por los jóvenes como el santuario de las más bellas virtudes; como un tabernáculo en el cual la Santísima Virgen se complacía en manifestarle la voluntad divina; como un vestíbulo que ponía al Oratorio en comunicación con las regiones celestes. Y cuantos se personaban en ella, no podían por menos de experimentar un sentimiento de profunda reverencia.

Mamá Margarita no pensaba diversamente. Ella misma había trasladado su propio lecho a la habitación más próxima a la de su hijo. Estaba persuadida, pues así se lo habían demostrado algunos detalles, de que su hijo pasaba en oración gran parte de la noche y de que en aquellos días sucedía algo sorprendente que ella no se sabía explicar.

En efecto: Margarita contaba al joven Santiago Bellia que en cierta ocasión, algunas horas antes del amanecer, había oído hablar a [San] Juan Bosco en su habitación. Unas veces parecía que contestase a las preguntas que se le hacían y otras, que respondía a su interlocutor.

A pesar de la atención de la buena mujer, no pudo entender ni una sola palabra de aquel extraño diálogo. Por la mañana, aunque tenía la seguridad de que nadie podía entrar en la habitación de [San] Juan Bosco sin que ella lo notase, preguntó a su hijo con quién había estado hablando. Este le contestó:

—He hablado con Luis Comollo.

—Pero Comollo hace años que murió, —replicó Margarita.

—Y con todo, es así. He hablado con él.

San Juan Bosco no añadió explicación alguna, dando muestras de que una gran idea le preocupaba. Encendido el rostro como una brasa y con los ojos extraordinariamente brillantes, fue presa de una emoción que le duró varios días.

El joven Santiago Bellia, que figura en este relato, fue uno de los afortunados elegidos por San Juan Bosco en 1849 para formar la Congregación Salesiana. Vistió el hábito clerical de manos del fundador el 2 de febrero de.1851.

«Poco tiempo después —continúa Don Lemoyne— [San] Juan Bosco necesitaba un cáliz y no sabía cómo adquirirlo, pues no disponía de la cantidad necesaria para comprarlo. Cuando he aquí que una noche le fue indicado en un sueño que en su baúl había una cantidad suficiente para tal objeto.

A la mañana siguiente fue a Turín para varios asuntos y mientras caminaba con la mente fija en el sueño que había tenido la noche precedente, pensaba al mismo tiempo en la satisfacción que sentiría si aquel sueño se hubiese trocado en realidad; de forma que se decidió a volver a casa para registrar el baúl.

Al hacerlo, se encontró en él ocho escudos. Precisamente la cantidad que necesitaba para la compra del cáliz. Ningún extraño podía haber puesto aquella suma allí, porque la casa estaba siempre cerrada. Su madre no disponía de dinero como para proporcionarle semejantes sorpresas, quedando también ella gratamente sorprendida cuando supo lo sucedido».

 

   

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