Capítulo IV
La Hora de la Verdad (41 - 59)
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
41) Vine para construir el hombre nuevo, capaz de
colaborar en la realización de la nueva tierra y de
los cielos nuevos. Por eso pude decir que en Mí se
cumplía la Escritura que en aquel momento acababa
de leer y que hablaba de la liberación del hombre."
42) Jesús sabía que, además de los romanos, eran los
escribas y fariseos los que oprimían diariamente a ese
pueblo, que debía soportar las estructuras opresoras
de su época. Por eso durante su predicación hablaba
tanto de "el Reino de los Cielos"…
43) Es que Jesús llevaba el Reino de Dios en Sí mismo y
quería mostrarnos que el Plan de Dios era muy
distinto de aquella realidad –como lo es hoy de la
nuestra- para darnos la esperanza y la fuerza que nos
permita trabajar para cambiar las cosas.
44) Por eso diría un día a Sus discípulos: "¡Dichosos los
ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que
muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y
no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron" (Lc 10, 23-
24).
45) El Reino de Dios no era para Jesús una visión
lejana. El mismo Jesús estaba en medio de ese Reino,
empeñado en la lucha contra otro reino: el de las
tinieblas. Como no podemos nosotros, por nosotros
mismos, luchar contra ese reino oscuro, viene Él para
que la fuerza de Dios se despliegue en la debilidad
del hombre.
46) Jesús no quiere que, al igual que Nicodemo, lo
veamos únicamente en la oscuridad, de noche, para
no ser criticados por la sociedad como "fanáticos" o "demasiado piadosos". ¡Bendita piedad si ella te va
a llevar al Cielo! ¡Bendito fanatismo si tienes el
valor de hacer lo que quiere Jesús! Debemos todos
dar testimonio abierto de nuestra Fe.
47) Como el Reino es el don de Dios por excelencia, el
valor esencial que hay que adquirir a costa de todo lo
que se posee, debemos tener la certeza de que a ese "conocimiento de Cristo", debe seguir una necesaria
decisión: hay que convertirse, debemos buscar
continuamente el rostro de Dios para poder abrazar
las exigencias de ese Reino. No será jamás algo que se
pueda considerar como un salario debido en justicia:
Dios contrata libremente a los hombres en Su Viña y
da a cada uno de Sus obreros lo que le parece bien.
(Mt 20, 1-16).
48) Pero hay que tomar en cuenta que si bien todo es
gracia, los hombres debemos responder a esta gracia,
y para ello se requiere un alma de pobre, una actitud
de niño, una búsqueda activa del Reino y de Su
justicia, la perseverancia en medio de las
persecuciones, el sacrificio y donación de todo lo que
se posee. En síntesis, una justicia mayor que la de los
fariseos: El cumplimiento de la Voluntad del Padre, especialmente en lo que toca al amor fraterno.
49) Todo esto es un requisito para aquel que quiera
entrar, ya desde ahora, en el Reino de Dios.
50) Aún ahora nos dice Jesús:
51) "Los insto a que trabajen en su apostolado, no
para ser vistos por los hombres, sino para
agradarme y ayudarme a salvar a los hombres, sus
hermanos. Su trabajo debe ser realizado todo y únicamente por Dios, que es quien bendice sus
obras y afanes".
52) Sin embargo, en gran medida estos signos de
autenticidad no se producen si no existe la fe. Es
decir, la fe se confirma por los hechos, pero los hechos
no se dan sin la fe. Por ello, los que creen ven, pero los
que no creen no pueden ver.
53) El Señor ofrece paz y sosiego a cuantos se hallan
oprimidos por las angustias de la vida. El corazón
compasivo de Jesús nos ofrece el descanso y el
consuelo para todas nuestras penas.
54) Por eso es que los trabajos y los sufrimientos,
aceptados como permitidos por la mano de Dios y
mirados con un criterio sobrenatural, lejos de ser una
carga son un beneficio para todo ser humano, puesto
que nos abren las puertas del Cielo.
55) El plan de la salvación se realiza por obras y
palabras intrínsecamente unidas. Así vemos que en la
predicación de Jesús, los hechos acompañan a las
palabras. Él anuncia una palabra que se cumple: los
signos acompañan a la predicación.
56) Él quiere guiarnos explicándonos los pasos que
debemos dar para edificar a ese hombre nuevo, que
será parte de una nueva humanidad, en la que
podamos vivir como verdaderos hermanos.
57) Pero tomemos en cuenta, a la hora de evangelizar,
que la fe nace de la experiencia que otro ha vivido, y
nos ha transmitido.
58) Si esta experiencia nos resulta convincente por los
efectos que hemos visto en ella, entonces crece la fe en
nosotros y nos acercamos para poder recibir la
salvación.
59) Así, la edificación de nuestra vida, el testimonio de
haber tenido ese "gran encuentro" con Jesús, debe
servir para sembrar la semilla de fe en la que Dios
colocará Su Gracia, para salvar a otro hermano.