Capítulo I
A orillas del Jordán (21 - 40)
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
21) Juan siente una dulzura inmensa que lo envuelve,
una energía que conoce, pero que al mismo tiempo
desconoce en toda su magnitud. Sabe que llega… y lo
anuncia…
22) «Yo les bautizo en el agua, y es el camino a la
conversión. Pero después de mí viene uno con mucho
más poder que yo –yo ni siquiera merezco llevarle las
sandalias-, él los bautizará en el Espíritu Santo y el
fuego. Ya tiene la pala en sus manos para separar el
trigo de la paja. Guardará el trigo en sus graneros,
mientras que la paja la quemará en el fuego que no se
apaga.» (Mt 3,11-12).
23) En ese momento Juan dice que llegará uno con más
poder, reconoce públicamente que es más que él, sabe
que Aquel que viene será capaz de infundir seguridad
en Sus seguidores, puesto que es alguien que
responde a las esperanzas de una humanidad que
desea un mundo mejor. Únicamente puede bautizar
con el poder del Espíritu Santo Aquel que está lleno
de Él y será Ese mismo Espíritu quien guiará a Jesús a
través de Su misión.
24) Al fin Juan va a poder mirarlo, al fin su misión va a
ser coronada. ¿Pero, cómo será? ¿Podrá reconocerlo…? Levanta la vista hacia el cielo, el sol lo
deslumbra por un momento, pero en seguida vuelve a
ocultarse entre las densas nubes, ¿sería un presagio de
lo que venía? No lo sabe, está confundido, pero una
fuerza, una energía sobrehumana lo envuelve, tiene
ganas de cantar, de gritar, de sacudir a toda aquella
gente. Quisiera poder decirles todo lo que está
sintiendo y… nuevamente escucha: "¡Ha llegado la
hora, Juan, prepara tu espíritu!"
25) Después de bautizar a un hombre casi anciano,
siente como una corriente de energía que lo sacude.
Mira al frente y ve a Jesús, su pariente… El asombro
se refleja en su rostro, pero la mirada de Jesús le ha
dicho todo.
26) "Todo el pueblo se estaba bautizando, Jesús ya
bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo,
bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal
como una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres
mi Hijo; yo hoy te he engendrado.» (Lc 3, 21-22).
27) Jesús me dijo: "En ese momento quedó abierto el
límite entre el mundo divino y el humano; el
precipicio que había entre el hombre y Mi Padre,
creado por el pecado del hombre, quedaba
suprimido por aquel puente de amor y de
obediencia. Yo venía a cumplir la Voluntad Suprema
de salvar al hombre.
28) Era Dios y hombre, ante los ojos del mundo,
pecador e inocente. Pero aquello que es divino no
debe admitirse a costa de lo humano, ni lo humano
debe resaltarse a costa de lo divino. Lo anterior
es Juan, su mensaje, su urgencia; lo presente en
Mí, que era la Palabra, era Dios mismo saliendo al
encuentro del hombre, para conducirlo hacia el
camino de la salvación... Consiguientemente, Dios
se complace en el Hijo amado, es decir, en el único
con Quien desde una eternidad se unía en la
complacencia.
29) Mi Padre no podía haberse complacido en ningún
otro hombre, puesto que todos nacieron con el
pecado original y para Mi Padre el pecado es
abominable. Pero Yo fui nacido por obra del
Espíritu Santo, no engendrado en pecado y por lo
tanto, puro desde mi concepción y ello hacía que el
Padre encontrara en Mí Su complacencia. También
con ello admitía Mi verdadera misión: el misterio
de la cruz.
30) En ese momento Yo aceptaba Mi misión y Juan
se sometió a Mí, y de este modo se abrió a Mi
plan, aceptándolo y sometiéndose a él."
31) En la Vigilia de la Epifanía, la Liturgia del Rito
Oriental dice: "Hoy inclina el Señor la cabeza ante la
mano del precursor; hoy lo bautiza Juan en las
hondas aguas del Jordán. Hoy cubre el Señor con el
agua las culpas de los hombres; hoy es atestiguado
desde lo alto como Hijo amado de Dios; hoy santifica
el Señor la naturaleza del agua".
32) Finalmente el Padre había unido a esos dos
gigantes de la fe, aquellos parientes: Jesús, más alto y
fuerte que Juan, se veía mucho más joven, más
delicado al mismo tiempo, tranquilo y muy varonil,
de profunda y clara mirada, parecía un príncipe
disfrazado en medio del pueblo, vestido como
cualquiera de los hombres que estaba allá.
33) Allí estaban juntos, Él y aquel tosco y delgado
hombre, vestido con pelo de camello y un cinto de
cuero, propio de los ascetas y de los que estaban de
luto, que ahora bautizaba y que un día fuera cuidado
en el vientre de su madre por la Santísima Virgen
María, la Madre del Salvador Al que ahora tenía
frente a sí…
34)¡Qué simples se veían aquellos dos hombres! Y eran
nada menos que nuestro Redentor y Su precursor, de
quien Él mismo dijo que era el más grande entre los
hombres nacidos de mujer… ¿Cuándo
comprenderemos los hombres que las cosas de Dios
van más allá de las apariencias externas…?
35) Había sido cuidado Juan por la Virgen María; sí,
porque "la serpiente" habría hecho todo lo posible
por destruir a quien sería el "precursor de La
Palabra", del "Verbo de Dios Encarnado".
36) Pese al momento que se vivía, cuando la mujer era
considerada muy poco más que un animal, en una
sociedad del todo machista, María, había abandonado
Su Hogar, a José… Podríamos incluso pensar que tal
vez, dado su embarazo, habría descuidado su salud;
todo para cuidar a Su prima… ¿Por qué?
37) Porque sabía que ese niño, engendrado por obra y
Gracia del Señor, al igual que Su Hijo, era un milagro,
puesto que "Para Dios nada es imposible" y debía
Ella cuidarlo, Ella misma, la que era protegida
especialmente por el Altísimo y que había sido
cubierta por Su Poder, como por un manto, la única
persona a la que el maligno no podía dañar y a quien
no podía resistir, por su excelsa pureza.
38) Un cántico de Isaías dice: "Sobre él he puesto mi
Espíritu..." (Is 42,1). Por este bautismo del Espíritu,
cobra un nuevo significado el bautismo de agua de
Juan y pasa a convertirse en símbolo del bautismo del
Espíritu para cada uno de los futuros creyentes.
39) Luego del bautismo, Juan refiriéndose a Jesús había
dicho: " 'Y yo no le conocía; pero he venido a bautizar
en agua para que él sea manifestado a Israel' Y Juan
dio testimonio diciendo: 'He visto al Espíritu que
bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a
bautizarlo con agua, me dijo: 'Aquel sobre quién veas
que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que
bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy
testimonio de que ése es el Elegido de Dios' ". (Jn
1,31-34)
40) Claro que Juan conocía ya personalmente a Jesús, y
conocía de Su vida, pero ignoraba Su dignidad de
Hijo del Altísimo.