» Séptima Palabra:
"Padre… ¡En Tus
manos encomiendo Mi Espíritu…!"
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Después de reflexionar sobre esta anterior
palabra de Jesús en la Cruz, comprendo que a
todos los cristianos, la cruz nos seguirá como si
fuera parte de nuestra propia existencia. Pero
también advierto que no todos somos capaces de
despertar, de desenterrar al Cristo que permanece
dormido dentro de nosotros.
Muchos vivimos llorando nuestras pequeñas o
grandes cruces, pensando en que lo que nos tocó vivir es lo más triste, lo más doloroso, lo que nadie
más que nosotros sería capaz de soportar... Y lo
peor de todo es que creemos que Dios nos Ha
olvidado, que no nos escucha o que está enojado
con nosotros.
Sin embargo, no es así. Jesús dice que el
conocimiento que tiene de nosotros, especialmente
de los más dolientes, de los más sufridos, de los
más débiles, hace que Él ame, preferentemente, al
más pobre y al que más lo necesita.
Si tan sólo estuviésemos conscientes de que los más
necesitados no son los menesterosos, sino por lo
general los que tienen todo menos a Dios, entonces
nuestros caminos se dirigirían hacia esas personas,
que en realidad siendo los más ricos, muchas veces
son los más pobres.
No es tan difícil llegar hacia el menesteroso y
convencerlo de que confíe en Dios, pues por lo
general esta gente tiene el corazón muy abierto
hacia la Fe, y unas palabras, un simple gesto de
amor muchas veces son suficientes para mostrarle
el camino hacia el Padre. Lo difícil es convencer al
hombre que por tenerlo todo, o por haber hecho del
pecado la razón de su vida, está seguro de no
necesitar más...
Esta es la labor más dura para los evangelizadores,
cuando tienen que enfrentarse ante la soberbia, que
es como lidiar directamente con el príncipe de este
mundo, solapadamente escondido en el interior de
un pobre hombre rico, pero necesitado del amor de
Dios.
Cuánto bien nos haría meditar de vez en cuando
sobre la Pasión de Jesús, sobre el dolor de la
Santísima Virgen, que junto a Él, Ha sufrido el
martirio de los martirios, al ver a Su Señor y a Su
Hijo, crucificado por los hombres en el Calvario...
Y sin embargo, ha sido capaz de dejarnos el mejor
de los testimonios, pues con Su infinito Amor y Su
absoluta Obediencia al Padre, soportó humildemente el descarnado dolor de ver morir en
espantosa agonía a Su Hijo. Más aún: Se Ha hecho
cargo de la humanidad como Madre, Ha querido –
en otras palabras- proyectar en nosotros el Amor
por Su Hijo. Debía sufrir como si fuese pecadora,
junto a Su Hijo, siendo inocente como Él, y todo
para que se cumpla, también en Ella, la Voluntad
del Padre.
Jesús dijo que es por este aciago momento que se
representan los dos Corazones unidos (símbolo de
nuestra espiritualidad apostólica, al igual que de
muchas otras comunidades y apostolados), porque
se unieron a través del dolor: en el Gólgota fueron
un solo Corazón herido, dos Corazones que se
atravesaron para transformarse en uno. Un solo
Corazón, en el sentimiento de dolor por el
sufrimiento, y un solo Corazón, en el sentimiento
de Amor, por obedecer al Padre y por salvar al
hombre.
Ahora me veo en la necesidad de explicar a los
lectores algo que, en principio, pareciera no tener
mucha importancia, pero que sin embargo encierra
una enseñanza crucial del Señor para todos
nosotros.
Muchos de ustedes, queridos hermanos, se habrán
preguntado por qué aparece Moisés en la tapa de
este libro. Para entrar en tema necesito primero
aclararles que jamás soy yo quien pone el nombre a
uno de estos libros, y que para elegir la portada,
hacemos mucha oración, pidiendo al Señor nos
asista en la elección.
Jesús me dijo una noche de viernes:
"Se acercan las tinieblas para el mundo, pero quien
vive abrazado a Mi Cruz, nada debe temer. Por eso
el hombre no debe contentarse con mirar una
imagen Mía o ir a una procesión de Viernes Santo,
sino que debe procurar tener Mis mismos
sentimientos: perdonar como Yo perdoné y pedir
perdón como Yo lo hice. Callar ante las infamias,
como callé Yo ante Pilatos; y sin embargo, sentir
un celo valiente para ser capaces de sacar con un
látigo a los mercaderes del Templo de Dios. Vivir
para hacer la Voluntad del Padre, como viví Yo.
Amar hasta dar la vida por los demás. Permitir
que trituren su cuerpo y con gozo darse en
alimento, para que otros se alimenten con ese pan."
Luego de mi oración estaba yo meditando y
pensaba en Moisés. Siempre me ha impactado
mucho su misión, su vida... De pronto se abrió ante
mis ojos ese espacio que muchas veces se abre para
permitirme contemplar una escena, lejana al lugar
en el que yo estoy. Tenía frente a mí la escena de la
Transfiguración y al verla me pregunté ¿Por qué Moisés y Elías? Y pensé que sería Elías por la
fuerza del "Profeta de fuego", que necesitaría Jesús
para enfrentar lo que, como Hombre, tendría que
vivir.
Pero al ver a Moisés, mi limitado conocimiento no
alcanzaba a comprender qué hacía él allá. Fue como
si una luz me iluminara por dentro y en, lo que yo
considero pocos minutos, pasaron decenas de
imágenes intercaladas frente a mí.
Moisés, saliendo solo de Egipto... y luego Jesús
recibiendo el bautismo en el Jordán.
Moisés bajando de la Montaña, después de haber
recibido el encargo de sacar al pueblo de Dios del
cautiverio del Faraón... y luego Jesús, eligiendo a
los doce Apóstoles, enseñando, curando,
perdonando, viviendo entre Su pueblo.
Moisés sacando a su pueblo de Egipto... y luego
Jesús predicando en el Monte de las
Bienaventuranzas el llamado a la conversión, y
anunciando el Reino de Dios.
Moisés en el paso del Mar Rojo... y luego Jesús
devolviendo la vista a los ciegos, haciendo hablar a
los mudos, caminar a los cojos; resucitando a los
muertos.
Moisés comiendo con su pueblo el maná que Dios
les enviaba desde el Cielo para que no murieran de
hambre, en tanto caminaban hacia la tierra
prometida... y luego Jesús con Sus discípulos,
cenando por última vez con ellos e instituyendo la
Eucaristía, para quedarse con nosotros;
entregándonos Su Cuerpo y Su Sangre para
alimentarnos y salvarnos de la muerte eterna.
Pero vi que Jesús en ese momento no estaba solo
con Sus Apóstoles. De pronto aquella habitación se
hizo inmensa, abarcaba todo lo que mis ojos podían
alcanzar a mirar y junto a ellos, unos sentados en
sillas de ruedas a los lados de los Apóstoles y los
demás de pie detrás de Jesús y Sus discípulos,
cientos, miles de sacerdotes, revestidos con una
túnica blanca y estola de color rojo, con la mano
derecha extendida hacia el lugar en el que Jesús
levantaba el pan, repetían con el Señor las palabras
de la Consagración.
La voz de Jesús me dijo: "Cuiden de Mis hermanos,
porque a través de ellos permaneceré con ustedes
hasta el fin de los siglos."
Luego volví a ver a Moisés en el Monte Sinaí,
descalzo porque así se lo había ordenado el Señor,
de rodillas, temblando al contemplar el dedo de
Dios escribiendo los Diez Mandamientos para los
hombres... y luego vi nuevamente a Jesús en el
Huerto de Getsemaní, de rodillas, mirando y
asumiendo todos nuestros pecados, contemplando
lo que le esperaba sufrir por nosotros los hombres,
temblando y sudando sangre.
Nuevamente volvió ante mis ojos la Última Cena,
Jesús con Sus Apóstoles y todos los sacerdotes,
repitiendo las Palabras de la Consagración. Jesús
me miró un momento y me dijo: "Yo Soy el Pan de
Vida y estos -levantó las dos manos como
queriendo abarcar a todos- serán quienes Me den a
los hombres como alimento de Vida Eterna."
En ese momento todo mi cuerpo temblaba ante la
majestuosidad de lo que estaba presenciando y
entendiendo. Oculté mi rostro entre las manos,
llorando… y después de un tiempo, tal vez minutos
pero que me parecían horas, alcé la cara y volví a
ver lo anterior.
Vi a Moisés levantando en alto un palo con una
serpiente tallada, para curar con ella a los que eran
mordidos por las víboras... y luego a Jesús,
levantado allá frente a mí, en la Cruz, para curar el
alma de los que serían mordidos por satanás y
envenenados con el pecado.
"Recuerda lo que te dije al principio –me repitió el
Señor-, que se acercaban horas de tinieblas para la
humanidad, que sacudirán a las instituciones y con
ellas a las personas. También Mi Iglesia tendrá que atravesar ese camino doloroso que ha iniciado
ya, porque así está escrito. 'El Pastor será herido y
se dispersarán las ovejas…' Pero recuerden que He
vencido al mundo."
Otra vez contemplé la última Cena frente a mí.
Todos aquellos sacerdotes tenían el rostro
transfigurado, con la misma cara de Jesús.
Entonces se hizo la oscuridad total frente a mí y oí la voz del Señor, muy triste cuando decía: "¡Judas,
lo que tienes que hacer, hazlo ya…!"
Volvió la imagen, pero en ese momento, junto a
uno de los discípulos, salían muchos de esos
sacerdotes, atropellándose, corriendo, ya no con el
rostro brillante y sereno de Jesús, sino con sus
propias caras, llenas de angustia y de dolor.
Desde lejos se oyó un alarido de mil voces juntas,
como si corrieran a un barranco y se despeñaran.
Asustada miré a los que estaban con el Señor,
parecían no haber visto ni oído nada, tan
sumergidos estaban en su oración, en el momento
que vivían, que la paz del Maestro les daba un
porte majestuoso, como de príncipes.
Entiendo que aquellos consagrados que
permanecían junto al Señor, eran los que se
mantendrían fieles a la opción que habían hecho
por Él, y son los que entrarán en esa jerarquía
divina, porque ganaron su derecho: porque el
derecho es fruto de la fidelidad; la fidelidad es
fruto de la unión estrecha, de la intimidad; la
intimidad es fruto de la donación y la donación es
fruto del amor agápico que se da sin pedir nada a
cambio, por el simple hecho de buscar la felicidad
del ser amado.
Finalmente, ese amor es fruto del conocimiento de
Aquel a quien serás fiel por el resto de tus días, sin
permitir que se apague el deseo de reproducir en ti
la donación perfecta de Aquel a quien te has
entregado.
Mis meditaciones se detuvieron de golpe cuando oí al Señor dar Su último grito entre aspiraciones de
aire, cada vez más espaciadas:
"Padre… ¡En Tus manos encomiendo Mi Espíritu…!"
En el libro "Providencia Divina" editado hace 6
meses, relataba la muerte de mi madre y la
profunda evangelización que recibimos todos los
que estuvimos cerca de ella mientras agonizaba.
Para quien no lo ha leído, le comento que fue una
agonía feliz, tranquila, en paz, confiada plenamente
en el Amor de Dios; fue la agonía de una persona
impaciente por irse y encontrarse con la
Misericordia que estaba esperándola del otro lado
de la cama. Ella nos pedía oraciones y canciones,
mientras repetía una y otra vez, con los enormes
ojos azules muy abiertos el pedido de Jesús: "
¡Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu!"
Cuando ella moría yo pensaba en la muerte de
Jesús… Ahora el Señor me permitía que yo, pobre
pecadora, presenciase aquel instante y reviviese así el otro, unidas las dos circunstancias por la Infinita
Omnipotencia del que Todo lo puede y en el amor
del que es el Amor mismo. Pocos momentos en mi
vida habrán de ser tan impactantes y tan difíciles
de explicar...
En el Gólgota, el Cielo estaba casi negro, la tierra
entera temblaba y toda la gente había echado a
correr huyendo. Unos gritando de miedo por ver la
misma naturaleza sacudiéndose, otros llorando y
suplicando perdón, y repitiendo que
verdaderamente Este Hombre era el Hijo de Dios.
"
Vuelvo al Padre", me dijo Jesús, "y un día habrán
de comprender, aquellos malos hermanos que han
hecho un oficio de su vocación, el verdadero
sentido de Mi predilección por ellos, al concederles
la gracia de hacerme presente a través de sus
manos en la Eucaristía..."
"Entonces ya no usarán el Altar para lanzar una
homilía que pueda confundir en lugar de ayudar al
hombre, para hacer política, para justificar un
salario o simplemente para 'cumplir con su deber'
cuando ya no pueden evitarlo, y lo hacen mirando
el reloj para salir corriendo a cumplir con sus otras
'obligaciones'…"
"Esos tendrán que hacer un alto en su camino hacia
el abismo, y reconocerán que su amor por ellos
mismos es mayor que el amor y el deseo de servicio
a Dios y al hombre; porque con su actitud le quitan
la confianza y desaniman a aquel que decide ir –al
menos una vez por semana- al encuentro
Conmigo…"
"A ellos y a ustedes les digo desde Mi Cruz: No se
quejen de que las sectas se vayan llenado de gente,
sin preguntarse si es una consecuencia del
testimonio de ustedes…"
Volví a oír aquellas Palabras que representaban el
final y el principio de todo: "
Padre, ¡En Tus manos
encomiendo Mi Espíritu!" y la cabeza del Salvador
de la humanidad, se recostó sobre Su hombro y Su
pecho, y así permaneció un momento antes de
descolgarse del todo sobre el pecho. Ese momento,
que podría haber sido interminable y que a veces
creo que vivirá por siempre junto a mí, estaba
absolutamente presente en mis ojos, en mis oídos,
cuando me dijo:
"
Tenía todo el Cuerpo destrozado, pero Mi gozo
era tan grande que desde el otero de Mi Pasión
contemplé el Cielo y exclamé que habiéndose
cumplido todo perfectamente, en las manos del
Padre amoroso encomendaba Mi Espíritu."
"Ese Espíritu, que fuera revelado a los hombres el
día de Mi Bautizo en el Jordán, retornaría al Padre
Conmigo para que nuevamente la Trinidad
estuviese Plena en la Gloria. Y así como se
abrieron los Cielos aquel día para que la Luz
irradiara al Amor de la Tercera Persona, como dice
el Evangelio, en forma de una paloma, ahora se
rasgaba el velo del Templo que cubría El Arca de la
Alianza, para sentenciar a los que Me habían
condenado y aquello sí los horrorizó por la cultura
y la educación de esa gente."
"La misión del Verbo había concluido, la tremenda
batalla había llegado a su fin. Moría el Hijo del
Hombre, entregado voluntariamente por Amor. Me
depositaba, confiadamente en las manos de Mi
Padre, pacíficamente, dulcemente. Otro había
muerto horas antes ahorcado, desesperado; como
mueren los cobardes, los traidores, los que no aman
a Mi Padre y por tanto no confían en el perdón."
De pronto, volvió la Luz, se disiparon las tinieblas
y al ver mi sorpresa, Jesús habló desde la Cruz.
"Esta Luz que ves llegaría en poco tiempo a Mis
Apóstoles, para iluminarlos y asistirlos a través de
este Mi Espíritu que depositaba en las manos del
Padre. Él vendría a recordarles todo cuanto de Mí escucharon y a asistirles para que ese conocimiento
penetrara tan profundamente en ellos que les
permita, por Su Fuerza, adquirir toda la sabiduría
y santidad necesarias para prolongarme en ellos:
para seguir caminando entre ustedes, para seguir
sanando, para seguir bendiciendo, para seguir
salvando..."
"Todo esto tuvo que ser visto por testigos, para que
se llegara a comprender el valor real del sacrificio
de un Hombre que entrega voluntariamente su vida
en donación a Dios y a los otros hombres."
El Señor no me lo dijo, pero comprendí que ese
mismo Espíritu era el que se derramaría luego
sobre los sucesores de los Apóstoles; pues de
alguna manera estaba refiriéndose a los sacerdotes
y laicos comprometidos...
Luego siguió Jesús diciéndome: "He cumplido,
vuelvo al Padre, y ustedes, los que Me aman, serán
también perseguidos, calumniados, humillados,
maltratados... Pero no están solos, permanezco con
ustedes y dejo con ustedes lo más precioso de Mi
Vida: Mi Madre, que desde ahora será su Madre."
Cuando Jesús termina de decir esto, veo que se
acerca un soldado y tomando una lanza susurra
algo que no llego a entender, y con un gesto de
piedad, atraviesa el costado del Señor y cae una
cantidad de sangre y agua, salpicando la cara del
soldado que se cubre los ojos con la mano y cae en
tierra.
El pecho del Redentor estaba lleno de luz, con una
sinfonía de matices que no podría describir, sale de
ese costado abierto algo como agua pero que es
brillante y luego sangre que se mezcla con esa
agua. Va abriendo surcos en la tierra y por donde
pasa la sangre, se levantan unas azucenas
maravillosamente blancas.
Desaparece la Cruz de Jesús, en su lugar veo ahora
una enorme iglesia, y en ella van entrando estas
flores, como si se deslizaran. Pero por otro lado
también van entrando muchísimos jóvenes vestidos
de túnica blanca.
Repentinamente me veo dentro de esa iglesia y
contemplo: delante del Altar están todas esas flores
blancas, que ahora se convierten en mujeres
jóvenes, y del otro lado varones vestidos con albas.
Varones y mujeres están postrados en humilde
oración y tienen los brazos en cruz. Entiendo que
son las mujeres y varones que están siendo
consagrados, entregando sus vidas a Dios...
Oigo un coro maravilloso, como el que he
escuchado alguna vez durante la Santa Misa, y veo
a Jesús Resucitado, majestuosamente vestido, como
un Rey que al momento hace una seña y uno a uno
se le van acercando los jóvenes, para que Él mismo
unja sus manos mientras sonríe, con el amor que
alguna vez observo en los ojos de un papá mirando
a sus hijos.
Jesús me mira por unos segundos y dice luego,
mientras se dirige hacia el centro del Altar: "
A
través del Orden Sacerdotal, con la fuerza del
Santo Espíritu, todos los pecados de los hombres
serán perdonados y ellos abrirán para ustedes las
puertas del Cielo… Pero Soy un amante celoso que
exige de ellos todo su querer. Espero todo de un
alma, de acuerdo con la vocación a la que fue
llamada un día y a la invitación que sigo
haciéndoles diariamente en su vida común a través
de las circunstancias."
En ese preciso instante, la visión de Moisés y Jesús
volvió de manera terrible. Procuraré ser lo más fiel
posible al describirla.
Vi a Moisés, parado sobre una meseta del Monte
Sinaí, llevaba en las manos dos piedras grandes con
unos gráficos (supongo que son los
Mandamientos). Abajo estaba el pueblo en un
ruido horrible y unas escenas asquerosas. Más
parecían bestias que humanos. El rostro del Profeta
se puso casi morado, congestionado, lo vi
tambalearse y luego con fuerza y con rabia tiró las
dos piedras sobre el pueblo. Fue como si cien
cargas de dinamita cayeran sobre ellos porque
mucha gente volaba por los aires, y muchos caían
dentro de un gran hoyo en el suelo gritando.
Luego vi a Jesús, levantado sobre la Cruz y detrás
de Él dos enormes ángeles con el rostro muy
brillante, pero con una expresión muy fuerte de
enojo. Uno de ellos llevaba unas "tablas" (las
llamaremos así), como las piedras que llevaba
Moisés, pero eran de carne. Si se juntaban
formarían seguramente un corazón. En una de
ellas decía: "Amarás a Dios por sobre todas las
cosas" y en la otra "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo". El otro Ángel llevaba en las dos manos
una enorme Copa llena de Sangre.
Cuando los ángeles se disponían a tirar sobre el
globo terráqueo aquellas "tablas de carne" y el
Cáliz con Sangre, se oyó una voz varonil que decía: "
¡Alto!... Infundiré Mi Ley en sus corazones, ellos
serán Mi pueblo y Yo seré su Dios…"
Los dos ángeles, al escuchar la voz, se arrodillaron
bajando la cabeza y desaparecieron de mi vista.
En un instante pensé en el paralelismo entre Moisés
y Jesús. Y me horroricé de pensar en lo que habría
sucedido si los Ángeles lanzaban aquellos dos
mandamientos y el Cáliz de Sangre sobre la
tierra… Pienso que habríamos perecido todos,
recibiendo tal vez un castigo que, con nuestros
pecados, pareciéramos estar pidiendo a gritos.
Ante este recuerdo, no me mueve el sentimiento a
otra cosa que a pedir a Dios Misericordia para el
mundo.
Estoy segura de que, quien lea este testimonio,
comprenderá el momento que vivimos y coincidirá conmigo en que si no nos arrodillamos ante Jesús,
vivo en el Santísimo Sacramento del Altar,
haciendo reparación y uniendo nuestras oraciones,
aquella copa rebalsará y se perderá gran parte de la
humanidad.
Entonces vi a la Virgen Santísima, sentada en el
suelo, con Jesús recostado sobre una tela y Su
cabeza en las faldas de la Virgen. Lo acariciaba y
besaba, derramando abundantes lágrimas.
Yo soy madre, y cuando alguna vez mis hijos han
tenido sufrimientos y han estado lejos mío, he
sentido un dolor espiritual y físico. Cuando trato
de explicarlo digo que me duelen los pechos que
alimentaron al hijo ahora sufriente o con
problemas.
Contemplar este cuadro y pensar en el Corazón de
nuestra Madre, me provoca tanto respeto, que creo
que uno no puede menos que postrarse en tierra.
Ahí está la Mujer, sosteniendo la cabeza de Su Hijo
muerto, aceptando el dolor que está traspasándole
el Corazón.
Cuando una persona querida muere, uno sabe que
el dolor se queda con uno. El que se va no lleva
dolor.
En este caso, desde el primer "Sí" de la Virgen
hasta este momento, la vida de ambos Ha estado
tan íntimamente unida que uno podía sufrir o
gozar con los sentimientos del otro.
Si la Iglesia proclama que todo dolor humano es
redentor, que sirve para la salvación de las almas
cuando es ofrecido a Dios con amor, ¿Cómo puede
alguien molestarse cuando oye decir que María fue
Corredentora al pie de la Cruz?
El lazo que une a la Mujer del Génesis, cuya
descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente,
con la mujer vestida de sol del Apocalipsis, ¿no es
precisamente el de la "Corredención", -el hecho de
que Ella haya participado activamente, también
como víctima, en aquel santo sacrificio- que se
perpetró a los pies de la Cruz?
Pido perdón por lo antedicho si ofendo a los
hombres, pero júzguelo nuestra Madre la Iglesia,
que mi formación no me da para esbozar siquiera
un criterio; pero el amor, reconoce al AMOR y para
eso no se necesita sabiduría.
Volvió la escena del Calvario y repitió la voz
majestuosamente: "
¡… Infundiré Mi Ley en sus
corazones, ellos serán Mi pueblo y Yo seré su
Dios…!"
Entonces apareció ante mis ojos nuevamente la
gran iglesia donde entraban no solamente los
futuros sacerdotes y mujeres consagradas, sino un
sinfín de mujeres y hombres, viejos, jóvenes y
niños...
Algo me obligó a mirar hacia la cúpula del templo.
Allí estaba la Virgen María, majestuosa, cubriendo
con un manto azul claro toda la escena. Traía una
hermosa sonrisa, como una mamá que abraza a su
bebé protegiéndolo con muchísimo amor.
Adentro estaba Jesús, revestido como en la imagen
de Cristo Rey, celebrando la Santa Misa.
Concelebraban con Él todos aquellos jóvenes que
antes habían sido ungidos. Sentí una enorme
alegría en el corazón.
Jesús me dijo entonces: "
Di a todos Mis hijos que
no es suficiente conocer de memoria las quince
estaciones del Vía Crucis, sino vivirlo y recrearlo
para que cada Santa Misa sea verdaderamente el
memorial de Mi Pasión."
"
Diles que desde la Cruz, me He inclinado ante
cada uno de ellos porque la fuerza del amor les Ha
concedido ser 'Alteri Christi'…" (otros Cristos)
En ese momento vi un cuarto con una ventana no
muy grande, las paredes claras y Jesús,
resplandeciente, todo vestido de blanco, que
soplaba sobre Sus Apóstoles y les decía: "
Reciban
el Espíritu Santo… A quien perdonen sus pecados,
les serán perdonados en el Cielo…."
Transcribo a continuación las últimas palabras de
Jesús, que acaba de darme para ustedes, mientras
termino de escribir este testimonio, en el amanecer
de la festividad del Bautismo de nuestro Señor.
"
Querido hermano, para ti Ha sido este testimonio.
Para que logres vivir un tiempo de cuaresma
renovado, en la profunda meditación de la unión
que deseo tener contigo y a través de ti, con Mi
Pueblo."
"No permitas que el racionalismo del mundo
cambie tus blancas vestiduras por una hoz y un
martillo. Tu biblioteca debe ser contemplarme en
la Cruz. Tus armas y las de todo cristiano deben
ser la oración, la compañía de Mi Madre, y el
puerto de salvación la Eucaristía."
"Pero cuida siempre que tu celebración sea como
Aquella del Jueves Santo; esa celebración que
estremece los corazones de los laicos. Recuerda
que Mi pueblo quiere santidad en sus Pastores."