» Segunda Palabra:
"En verdad te
aseguro que hoy mismo estarás Conmigo
en el Paraíso"
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Jesús estaba solo y en ese momento encontraba en
Dimas todo el amor que habría querido encontrar
en Sus Apóstoles. Aquel hombre hasta se había
atrevido a defenderlo, mientras los otros, los que Él
amaba, excepto Juan, cobardemente habían huido
para no comprometerse y caer junto a Él.
Tal parecía que los suyos, en más de 2 años no
habían sido capaces de creer verdaderamente en
Sus Palabras, de lo contrario estarían allá, junto a Él.
Este hombre, Dimas, en unos minutos había creído
en Su parte Divina, con oír de sus labios unas
palabras, una súplica al Padre; había descubierto la
Verdad y el Camino hacia la Vida…
Estaba viendo a Jesús agonizar, con la Paz de los
que no tienen nada qué temer, con la Esperanza de
los que saben que hay algo en qué esperar. Dimas
quiso creer en ese "algo" porque estaba frente a la
Esperanza misma.
Con mucho cansancio por el esfuerzo y por el
dolor, pero con la emoción de haber visto la Luz,
pronunció las palabras que lo llevarían a la
santidad: "¡Jesús, acuérdate de mí cuando estés en
Tu Reino…!"
Esas palabras equivalen a las que hoy decimos en el
confesionario "Padre, perdóneme, porque he
pecado".
La noche anterior, mientras Jesús sufría el principio
de Su Pasión para salvar a pecadores como cada
uno de nosotros y como Dimas, el "buen ladrón" no sospechaba siquiera que saldría de su prisión
insultado, escupido, repudiado, en calidad de "un
maldito más", para encontrarse con la Fuente del
Amor Misericordioso. Ignoraba que al atardecer
llegaría al Palacio del Rey de Reyes, del brazo del
Príncipe de la Paz.
Y Jesús miró en ese malhechor al amigo. Porque
amigo es aquel que confía en uno, que le entrega su
confianza sin temores. Amigo es aquel que se
apiada de ti en tus momentos de sufrimiento, no
aquel que añade sal a tus heridas…
Amigo es el que quiere permanecer a tu lado y
llegar contigo hasta el final, sin escuchar los gritos
de los condenados, de los que acusan, injurian,
insultan y quieren verte morir de la forma más
terrible, porque su corazón está lleno de crueldad.
Esa mirada de Jesús reemplazó el abrazo que
ansiaba darle, así como hoy abraza a todo aquel
que le confía y consagra su alma. En medio de Sus
lágrimas y espasmos, sonrió y con una voz llena de
ternura prometió:
"En verdad te aseguro que hoy
mismo estarás Conmigo
en el Paraíso"
Una vez más, Jesús tendiendo Sus brazos amantes
al pecador; ensalzando aún por encima de los
justos al que se arrepiente y humilla.
En efecto, no va a ser el más santo de los que hasta
ese día murieron quien entre primero en la Gloria.
Ni siquiera van a ser los Profetas y Mártires
quienes ocasionen la "fiesta en el Cielo." Es un
ladrón, un asesino tal vez, un hombre repudiado
por la sociedad… el primer Santo canonizado en
vida y por el mismo Jesús: "San Dimas".
Dicen que los polos opuestos se atraen: La pobreza
cautiva al Señor, la miseria lo atrae, el pecador es
Su gran desafío. Por eso se abajó hasta nuestra
condición humana, para que unidos a Él nos
liberásemos de toda atadura. Por eso, nuevamente
se encuentran las dos orillas: de un lado las manos
vacías del hombre y del otro, el Amor Infinito de
Dios. Dos orillas tan sólo unidas por dos
sentimientos, por dos actitudes: la humildad y la
Misericordia, que juntas construyen siempre el
puente de la salvación.
¡Dichoso tú, Dimas, que fuiste merecedor de la
primera gota salvífica de la Sangre del Redentor,
tan sólo por la fuerza de tu Fe y Su infinita
Misericordia! Feliz tú, hermano mío, que no
ocasionaste a Jesús la decepción que le
proporcionan hoy muchos de aquellos que
deberían reconocer Su voz y amarlo más.
Bienaventurado tú, Buen Ladrón, que fuiste capaz
de olvidar tus sufrimientos, para compadecerte de
otros.
Por eso mereciste la Gracia de que Dios mismo te
diera la absolución, transformando tu pecado en
hoguera resplandeciente del Amor Divino: porque
fuiste valiente aún para dar una enseñanza a tu
compañero Gestas y por tanto, desde tu cruz,
estabas evangelizando, a ejemplo de Aquel a quien
acababas de conocer.
Así pues Dimas estaba dando a su compañero, todo
su patrimonio a la hora de la muerte; le ofrecía todo
cuanto poseía: fe, una fe nueva pero firme; la
esperanza en la Misericordia del Señor para
obtener la vida eterna y la caridad, al invitarle a
compadecerse con el Sufriente.
Ahora me pregunto y pregunto a todos mis
hermanos: ¿Y nosotros, qué somos capaces de dar
por este Amor que se entrega para salvarnos? ¿Tal
vez lo que nos sobra...?
Y nos sentimos "generosos" cuando damos algunos
alimentos o vestuario u otro tipo de ayuda material
a quienes más la necesitan, pero... ¿Cuántas veces
estamos conscientes de que es obligación nuestra el
dar a nuestros hermanos algo más que pan y ropa?
No me cabe la menor duda, estas cosas son
necesarias y mucho más en tiempos de carestía, de
hambre o de dificultades, pero tendremos que tener
presente que "no sólo de pan vive el hombre…"
Y si estamos conscientes de que las riquezas
materiales, o el tener mucho qué comer y beber, no
producen la felicidad verdadera en el hombre; que
existe una permanente insatisfacción en los que
viven en la lujuria, en la avaricia y otras
concupiscencias de la carne...
Si aprendimos que la fama y los honores no nos
conducirán a la verdadera felicidad, porque son
glorias efímeras, transitorias...
Si comprobamos que no es imprescindible ni la
salud del cuerpo, ni la risa grosera y el bullicio, ni
las amistades únicamente mundanas, para vivir
feliz de verdad….
¿Por qué no estamos llevando a Dios a nuestros
hermanos, por qué no les estamos llevando Su
Palabra, el Amor que hemos conocido, la Fe que
nos hace testigos? ¡No nos damos cuenta de la
gravedad de nuestra omisión!
Dios ama a quien da con alegría. Dios cubre
nuestras necesidades. Cuando damos con
felicidad, con alegría, nuestra fe y nuestro amor,
entonces estamos llenos, como un granero inmenso
del cual otros podrán venir a recoger buen grano
para llevarlo, a su vez, a los más necesitados.
Durante uno de los encuentros que tuvimos en
estos días, al llegar a este punto Jesús me dijo: "El
núcleo de Mi Mensaje fue esa felicidad de la que Yo
gozaba y que era fruto del Amor y la entrega a Mi
Padre y a ustedes, los hombres. Todo lo que dije e
hice, fue para que de Mi profunda alegría se
contagiasen también los demás; para que el gozo de
Mis discípulos fuese verdadero y llegase también a
su plenitud, como el Mío."
"Hija Mía –continuó el Señor- esta dura lucha que
Estoy viviendo, con la carne lastimada que clama
sus derechos, con las tinieblas que se ciernen a Mi
alrededor y lejos de aquellos por quienes doy la
vida, hacen que sienta una angustia de muerte,
llevando en Mi Ser todo el Amor que siento por las
criaturas que esperan redención. La angustia y la
pena añaden dolor a Mi Cuerpo, cada vez más
debilitado por toda esta sangre que se escurre por
Mi piel a consecuencia de esta durísima prueba."
"Felices de ustedes, los que aceptan compartir Mis
dolores y Mis amores; dichosos quienes aceptan
voluntariamente esta comunión con Mis
sentimientos más hondos, este compenetrarse con
Mis deseos de entrega más profundos; este vivir Mi
misma condición de crucificado en la
extraordinaria lección que no se acaba nunca."