» Primera Palabra:
"Padre,perdónalos, porque no saben lo que
hacen…"
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Cuando le arrancaron la ropa, todos esperaban
en absoluto silencio que Aquel Hombre se
rebelara o que pidiera perdón, misericordia ante
sus adversarios. Unos esperan eso, que Él se rebele
o suplique el perdón para aquella sentencia. Otros
esperan que, como Hijo de Dios que dice ser, le
suplique a Su Padre que haga llover fuego del
Cielo, para castigar a quienes lo maltrataron tanto.
Parece haberse detenido el tiempo para ellos, sin
embargo Este Hombre apenas mueve los labios:
silenciosamente, reza…
Pero hay cuatro personas que esperan otra cosa:
Juan, María Magdalena, María de Cleofás y la
Virgen María. Y me parece que Jesús también
espera algo distinto… También Él…
Esperan ver a aquellas personas que fueron
sanadas por esas Manos que ahora están siendo
traspasadas. ¿Dónde están aquellos que
escucharon Sus enseñanzas en el Monte de las
Bienaventuranzas? ¿Dónde, aquellos que recibieron
el perdón de Sus labios? ¿Dónde están los hombres
que convivieron con Él por casi tres años?... ¿Dónde
están los que Él había resucitado en el cuerpo y en
el alma?
Lo que veo me lastima y sé que estoy lagrimeando.
Entonces escuché la voz de Jesús, que habló y me
dijo que no había pensado únicamente en ellos,
sino en toda la humanidad; en todos nosotros, los
de ayer y de hoy, aquellos que, a pesar de haberlo
conocido y recibido tantos beneficios de Él, un día
habrían de darle la espalda: unos por cobardía, por
temor a la persecución, otros por miedo a las burlas
por aceptarse Cristianos, otros por comodidad,
otros porque creen que todo lo merecen y su
egoísmo no los lleva sino a pensar en sí mismos. La
mayoría, por indiferencia, por tibieza o por
incredulidad y falta de fe.
Entonces me repitió las Palabras del Evangelio: "…y no tengas miedo, pues no hay nada oculto que
no llegue a descubrirse. Lo que te digo de noche,
dilo a la luz del día y lo que te digo al oído,
predícalo desde las azoteas…"
Por eso estoy aquí escribiendo, ayudada por Él,
para que no estés entre aquellos a quienes Jesús se
refiere con tanto dolor.
Habían terminado los soldados de colocar a Jesús
sobre la Cruz. Hasta unos minutos antes, sólo se
había escuchado el golpe de los clavos, primero
amortizado por Su Carne virginal y luego secos,
contra el madero. Él no contestaba, Él perdonaba, Él rezaba y el silencio crecía en las gargantas
esperando las primeras palabras o los alaridos del
crucificado.
Cuando levantaron la Cruz en alto, el llanto de las
mujeres rompió el silencio y entonces comenzó nuevamente el horror: los gritos, los insultos, las
burlas, los escupitajos, ¡El desafío a Dios, en ese
preciso instante en el que se enfrentan el odio y el
Amor, la soberbia y la Humildad, lo diabólico y lo
Divino, la rebelión y la Obediencia a la Voluntad de
Dios!
Jesús me miró, y fue como si Sus ojos claros me
levantaran, me despertaran de mis despojos para
sentir que me perdía en la profundidad de aquel
dolor… Comenzó a hablarme nuevamente, Sus
Palabras hacían eco en mi corazón, como si de
pronto se hiciera un enorme agujero. Tristemente
dijo:
"Fui sometido a un juicio en el que no tenían de qué acusarme, puesto que nada malo había hecho.
Jamás hubo en Mi boca una mentira, y aún los
falsos testigos que fueron convocados ante ese
juicio infame, para hablar en contra de Mí,
carecían de toda coherencia en sus testimonios. Mi
único pecado y la causa de Mi condena a muerte
fue el afirmar algo que no podía haber negado ante
nadie, que era el Hijo de Dios."
Calló y yo sentía que estaba quebrada ante aquel
tormento moral y físico. ¡Cuántas cosas pasaban
por mi mente en segundos! ¡Cuántos sentimientos
que tal vez nunca podré explicar!
Poco después Su voz, con un tono varonil y calmo,
con Palabras entrecortadas, despertó mi tiempo y
escuché lo que tal vez nadie de los que allí estaban
esperaba oír de labios de este condenado a muerte:
"Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen…"
Todos quedaron mudos ante estas Palabras,
muchos de ellos estremecidos por el impacto,
acababan de reconocer ante Quién se encontraban.
¡Qué injusta ironía! Su sentencia fue por
proclamarse Hijo de Dios. Porque osó llamar a
Dios "Padre", "Abba", o amado Papá, "Papito",
como muchos diríamos hoy. Por eso lo han
sentenciado… Y sin embargo está pidiendo a Su
Padre, que tenga Misericordia para Sus verdugos.
Está pidiendo que ese grave pecado no les sea
tenido en cuenta por Su Padre Dios. Y con este acto
está dejando el mejor ejemplo de todo lo que
transmitió en Sus años de predicación: Esta dando
testimonio vivo, en los hechos, de lo que nos
enseñó: Amar y pedir por los enemigos, por los que
nos hacen daño.
Las Palabras que un día se oyeron de Sus labios en
el Monte de las Bienaventuranzas, las estaba
convirtiendo en hechos ahora, en el Monte llamado "Gólgota" o "de la Calavera…"
¡Cuánto había gozado satanás con la Pasión del
Hijo de Dios! Sin embargo, si antes lo había hecho
reír el dolor de Jesús, ahora con estas Palabras
aullaba de ira, corriendo a meterse en aquellos
monstruos que torturaban al Hijo del Hombre, a
Aquel Hombre, por Quien "el ángel malo" o "diablo" fue echado del Cielo.
De este modo quería conseguir que la crueldad de
los verdugos aumentase contra Jesús, al punto de
desafiarlo y tentarlo a que se bajara de la Cruz. Ese
hubiera sido el triunfo del demonio: que Jesús
aceptara el desafío y con ello cayera en la tentación
de la desobediencia y la soberbia.
El enemigo de las almas se retuerce de rabia porque
se ha cumplido la sentencia: el Hijo de la Mujer
del Génesis, estaba pisando su cabeza contra el
suelo al ganarnos la entrada al Cielo y no con
espadas ni armas; no con tanques ni aviones de
guerra, como se ganan las batallas en la tierra para
justificar nuestras miserias, sino con un Hombre
destrozado en esa Cruz…
Ese Hombre que, así como perdonó a Pedro, a la
mujer adúltera, a la Magdalena y a tantos otros… de la misma manera pide perdón humildemente al
Padre, para enseñarnos que la dulzura y el amor
pueden más que la soberbia, que las humillaciones
a los demás, que el látigo, la postura autosuficiente
y la prepotencia.
Para enseñarnos que al noble, al sabio y al Santo se
los reconoce por su sencillez y humildad y no por
sus gritos o posesiones terrenas; por su calidad al
aceptar el sufrimiento y no por hacer sufrir a los
demás.
No, no hay Misericordia para Él. Pero Él sí pide
Misericordia para ellos, para todos nosotros los
hombres y mujeres, desde Adán y Eva hasta el último hombre que nacerá antes del fin del mundo.
Sabe que de este profundo dolor nacerá una Iglesia;
ese es el grande y sabroso fruto -consecuencia feliz
de la mezcla de agua y sangre que luego manará del Costado abierto- fruto de Amor de quien está dejando dos mandamientos en los que se resumen
los diez dados por Su Padre también en otro monte:
en el Sinaí a Moisés.
Si tú cumples esos dos mandamientos, se
derramará sobre ti todo un río de Misericordia y
serás salvado. Hay una sola condición para ganar
esa Misericordia: "AMAR A DIOS POR SOBRE TODAS
LAS COSAS Y AMAR A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO".
Él no Ha venido a abolir las leyes de los Profetas,
sino a dar cumplimiento de ellas. Toda Su vida no
ha sido otra cosa que dar cumplimiento a las
profecías que sobre Él se dijeron en tiempos
anteriores. Desde Su concepción en el vientre puro
de una doncella…
A los seres humanos nos ha costado tanto aceptar
diez reglas a cambio de tanto Amor, de tantas
bendiciones, del don de la vida, de la libertad de
elección… que Dios mismo Ha decidido encarnarse
en un vientre humano para demostrarnos que sí se
pueden cumplir esos mandamientos.
Pero como nuestra miseria y egoísmo son tan
grandes, Ha dado un paso más a favor nuestro, Ha
decidido simplificarnos las cosas: nos dice "Reconoce que tienes un solo Padre al que debes
amar por sobre todas tus comodidades, por sobre
todos tus seres queridos, por sobre todo el poder, el
honor y el placer que te pueda ofrecer el mundo, y
trata a los demás como si fueras tú mismo."
"Ámalos con el mismo amor con que te amas, no
menos. Respeta a los hombres y mujeres con el
respeto y consideración que exiges de los demás. Sé capaz de dar todo lo que pides para ti y no hagas
con los otros lo que no quisieras que hagan
contigo…" Así de simple, así de sencillo, para que
aún los niños y los que no son letrados, lo puedan
comprender.
Yo sé que a este punto de tu lectura, hermano,
sabrás que esto no va a ser fácil, no es empresa
pequeña el despojarse de todo en favor de los otros: ¡Es heroísmo! De eso se trata precisamente la
búsqueda de la santidad, y todo bautizado debe
buscar el ser santo.
Si has tenido el valor de aceptarlo, no permitas que
nada se interponga en tu camino. Vas a encontrarte
con momentos en los cuales muchas circunstancias
y demasiadas personas –queridas y no queridas,
conocidas y desconocidas; de tu mismo credo y de
otras religiones, de tu misma Patria y de otros
pueblos- intentarán detenerte. Este es el momento
en el que la virtud de la perseverancia es tan
necesaria.
¿Cómo lo harás...? Tienes la certeza de que Jesús te
ha dejado una Iglesia, para que te guíe cuando no
sepas por dónde ir, te levante cuando estés caído, te
perdone en Su Nombre; te acoja cuando busques
albergue para tu alma, te forme con Su Palabra y te
nutra con Su Cuerpo y con Su Sangre… Para que
puedas convertirte en una prolongación Suya, en
una diáfana manifestación de Su Presencia viva,
para que irradies esa claridad y resplandor que es
sello de quien es Testigo, de quien ha recibido los
destellos de Su Luz y de Su Amor.
No pueden salvarnos nuestros méritos, porque no
los tenemos ante la inmensidad de la Omnipotencia
Divina. No vamos a salvarnos porque fuimos
buenos padres, hermanos, hijos o amigos. Esa es
nuestra obligación. Seremos salvados porque Jesús
Fue, Es y Será el Amor y está a la espera de que así
lo aceptemos. Este Amor, con Sus infinitos méritos
Ha ganado el perdón para nosotros, lo Ha pedido a
Su Padre desde la Cruz.
Muchas veces es tan grande el reproche de nuestra
conciencia por un pecado cometido, o por toda una
vida de pecados, que no pensamos que Dios pueda
perdonarnos, que ya nos ganó el perdón, clavado
en la Cruz del Amor…
Jesús dijo que cuando pidamos el perdón de
nuestros pecados durante la oración del
Padrenuestro, recordemos que Él fue capaz de
pedir el perdón para nosotros porque jamás sintió
rencor contra nadie…
Sólo un alma sencilla y humilde es capaz de pedir
perdón por las ofensas de los enemigos. Eso
requiere de mucho valor y entrega, que es la
fórmula para despojarse de los bajos instintos que
buscan lo ordinario: la venganza, el hundir a los
otros para tratar de sobresalir o al menos salir a
flote uno mismo...
¡Ah, pero eso sí! Absolutamente todos, estamos
obligados a perdonar las ofensas que nos hacen, en
la medida en que queremos que Dios nos perdone.
Si decimos que "perdonamos pero que no
olvidamos", estamos pidiendo al Padre que haga lo
mismo con nosotros. Si, por el contrario, de
corazón perdonamos las ofensas que nos hacen y al
rezar pedimos que Dios nos perdone, así como lo
hacemos, entonces sí estamos en condiciones de
suplicar que, al haber actuado con Misericordia,
Dios nos otorgue Su Misericordia.
Jesús dijo después: "En Mi Corazón atormentado
por el sufrimiento, hubo un sentimiento de piedad
por otro ser que sufría cerca Mío: el hombre que
estaba crucificado a Mi derecha, Dimas, llamado
'el Buen Ladrón'. Me contemplaba con piedad, él
que estaba también sufriendo."
"Con una mirada aumenté el amor en ese corazón,
pecador, sí, pero capaz de sentir piedad por otro
hombre. Ese malhechor, ese bandido que pendía de
una cruz fue otra Magdalena, otro Mateo, otro
Zaqueo… otro pecador que Me reconocía como al
Hijo de Dios… y por eso quise que Me acompañara
en el Paraíso aquella misma tarde, para estar
Conmigo cuando Yo abriera las puertas del Cielo
para dar entrada a los justos."
"Esa era Mi Misión y esa es la misión de ustedes:
abrir las puertas del Cielo para los pecadores, para
los arrepentidos; para los hombres y mujeres que
son capaces de pedir perdón, de poner su esperanza
en la existencia de la vida eterna y colocarla junto
a Mi Cruz…"
"Dimas, el Buen Ladrón a Mi derecha y Gestas, 'el
Mal Ladrón' a la izquierda. El de la izquierda
lleno de odio, el de la derecha, cambiado en un
instante, al escucharme decir aquellas Palabras:
'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'."
"Ese hombre, ante Mi Presencia serena, sufriente sí,
pero no desesperada -la Presencia del portador de
la Paz- sintió quebrarse muchas cosas dentro de él.
Ya no quedaba lugar para el odio, no había lugar
para el pecado, para la violencia, para la
amargura."
"Sólo un corazón bueno es capaz de reconocer lo
que viene del Cielo y Dimas lo estaba reconociendo
ante sí. Yo pedía perdón para quienes Me estaban
crucificando, estaba clamando Misericordia para
los pecadores como él y su pequeña alma se abrió para aceptar esa Misericordia."
"Por eso, cuando oye decir a Gestas, el Mal Ladrón
burlándose de Mí, que si Yo era el Hijo de Dios Me
salvara y los salvara también a ellos, Dimas siente
temor de Dios, sabe que la vida de ellos ha sido
miserable, tan sucia que tal vez merecían un
sufrimiento mayor del que estaban pasando."
"Ese temor, ese reconocimiento de la Luz que
brillaba frente a él, lo hace contestar: '¿Es que no
temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y
nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido
con nuestros hechos; en cambio éste, nada malo ha
hecho'."
En este punto, el Señor me permitió presenciar la
mirada que Él cruzó con el Buen Ladrón. Una
mirada de gratitud, una mirada de perdón, la
mirada de un padre que se siente complacido con
la respuesta de su hijo.
Hay una nueva escena ante mis ojos, y comprendo
que Jesús me permite ver lo que estaba recordando,
lo que había sucedido no mucho tiempo atrás,
cuando Él comenzó a convivir con Sus discípulos… Veo a Jesús eligiendo a Sus seguidores. Uno a uno,
los mira, profundamente, amorosa pero
firmemente, con mansa autoridad, aquella
autoridad que no es prepotencia, sino el fruto de
una convicción ante la que nadie puede negarse, y
los invita a seguirlo.
De aquellos días, dijo Jesús: "Quise que fuesen Mis
discípulos, Mis hermanos, Mis amigos. Es uno
mismo quien elige a sus amigos y Yo elegí a los
Míos… ¡En cuántas oportunidades tuve que poner
paz entre ellos para enseñarles el valor de la
amistad! Aún hoy trato de enseñarles a los
hombres el sentido comunitario y agápico de esta
relación: amistad Conmigo y con los demás."
"Los amaba, no sólo como Dios, sino también
como Hombre. Podía conversar con ellos, podía
jugar con ellos, y de hecho, lo hice… Cuando
bajábamos a bañarnos en el río, jugábamos
echándonos agua, como niños. Tirábamos piedras,
como en un concurso y festejábamos con aplausos
y risas las piedrecillas que más velozmente y más
lejos saltaban."
"Trepábamos a los árboles, como lo hace cualquier
joven. Hacíamos carreras, subíamos a los montes
para orar o para comer nuestra pequeña merienda.
Compartíamos anécdotas y risas, como todos los
hombres lo hacen cuando viven en comunidad, pero
siempre concluíamos esos encuentros con una
oración de gratitud al Padre, por permitirnos vivir
aquellos momentos."
"Tampoco fueron pocos los días en que no
teníamos tiempo ni siquiera para comer, pero
siempre procuré hacer las tareas de ellos para que
apreciaran el ejemplo. Mi alimento era hacer la
Voluntad de Mi Padre, ese era Mi objetivo, Mi
descanso, Mi felicidad..."
"Podía instruirlos y escuchar sus inquietudes, sus
secretos, y aunque veía en el fondo de ellos, Me
sentía feliz de que quisieran hacerme partícipe de
su intimidad. A Mi vez, les di tanto amor,
paciencia, instrucción, abrazos… Todo lo que
puede darse a un amigo… Pero, no era suficiente,
debía dar la vida por ellos y no dudé en hacerlo." "Por eso estoy clavado agonizando en esta Cruz,
por ellos, por todos ustedes…"
¡Dios mío, cuánto dolor y cuánto Amor!
Vi resbalar dos lágrimas de los grandes ojos de
Jesús y hubiera dado la vida por secarlas con mis
labios. ¡Tan dolorosas y llenas de Amor! Entonces
comprendí que nadie merece las consideraciones
de Jesús. No las merecieron Sus discípulos y
amigos entonces, no las merecemos nosotros hoy.