III. En la Cena del Cordero
Dándonos nuestro pan de cada día
De estos textos podemos entender la tradición apostólica que nos indican que Cristo es “nuestro cordero pascual” (cfr. 1 Cor. 5:7) cuya sangre fue derramada por nuestra salvación y cuya carne y sangre comemos y bebemos en conmemoración de ese acto salvífico.
Profesamos esta fe en cada Misa, haciendo nuestras las palabras de la Escritura.
El sacerdote presenta nos el pan consagrado con las palabras de San Juan el Bautista, “He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
Seguido el sacerdote cita las palabras de Apocalipsis que se refieren al banquete de bodas del Cordero, “Dichosos los invitados...” (Apoc. 19:9).
Como estudiamos en la Lección 5, en la Eucaristía estamos unidos a una liturgia cósmica, descrita en Apocalipsis como un celestial banquete de bodas.
Como es debido en una fiesta de bodas, empezamos el Rito de la Comunión recitando la oración de la familia que Jesús nos enseñó (cfr. Mt. 6:9-13; Lc. 11:24).
En el contexto de la Misa, las peticiones del Padre Nuestro asumen un sentido más pro- fundo. Podríamos decir que la Misa cumple el Padre Nuestro palabra por palabra.
En la Misa, santificamos o glorificamos su nombre. Pedimos que nos perdone nuestras ofensas. La Señal de la Paz simboliza nuestro perdón a los que nos han ofendido y ofrecemos un gesto de reconciliación antes de acercarnos al altar (cfr. Mt. 5:23-24; Jn. 14:27).
También en la Misa, el Padre nos da nuestro pan de cada día. De hecho la palabra epiousios que se traduce “de cada día”, solamente se halla en el Padre Nuestro. Su sentido exacto ha confundido a traductores y eruditos por más que 20 siglos.
Es interesante considerar que de la idea y la expresión “dar pan” parece remontarse a cuando Dios le dio al pueblo de Israel una porción diaria del pan del cielo durante su tiempo en el desierto (cfr. Ex. 16:4; Sal. 78:24).
Dar pan es una imagen de como Dios cuida y salva en otras partes del Antiguo Testamento (cfr. Sal. 107:9; 146:7; Prov. 30:8-9).
Jesús habló de la experiencia del desierto en su sermón pascual en Cafarnaúm cuando dijo que nuestro “Padre les da el verdadero pan del cielo” (Jn. 6:32).
La frase “dar pan” ocurre muy pocas veces en los evangelios. Sin embargo, cada vez es muy significativo el uso de esta frase porque siempre sale en escenas cargadas de notas eucarísticas.
Jesús toma, bendice, parte y reparte pan en los milagros de la multiplicación de panes (cfr. Mc. 6:41; 8:6; Mt. 15:36; Jn. 6:11); también en la Última Cena (cfr. Mc. 14:22; Mt. 26:26); y en Emaús después de su resurrección (cfr. Lc. 24:30).
Así, también, en la Misa, viene a darnos el pan de cada día. Por este pan somos fortalecidos contra la tentación y se nos promete la liberación del mal.
En la Misa, tenemos la bendición de poder comer pan en el Reino de Dios, como Jesús nos prometió (cfr. Lc. 14:15). De hecho, en la liturgia cósmica de la Eucaristía, el reino está presente “en la tierra como en el cielo.”
Por esta razón, los primeros cristianos recitaron una breve doxología después del Padre Nuestro en la Misa. Seguimos rezando esa doxología “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.”