III. Culto en la nueva Jerusalén
En Conmemoración de Él
Como señalamos en nuestra primera lección, las palabras de consagración de la Plegaria Eucarística son tomadas directamente de las narraciones bíblicas de la Última Cena, como San Pablo recuerda (cfr. 1 Cor. 11:23-29; Mt. 26:26-29; Mc. 14:22-25; Lc. 22:15-20).
La Iglesia, en la Eucaristía, cumple el mandato de Cristo, escrito en las Escrituras, “Haced esto en conmemoración mía.”
En este punto de la Plegaria Eucarística es muy significativo que el sacerdote ocupe las palabras exactas de la Escritura “Esto es mi cuerpo...” y “Este es el cáliz de mi sangre...”
¿Porque es esto tan significativo? Porque, como hemos señalado en nuestra primera lección, solamente la Palabra de Dios puede “hacer” lo que Jesús ha mandado: transformar el pan y el vino en su cuerpo y sangre.
Nuestro culto puede ser transformador porque la Palabra bíblica que escuchamos no es “palabra de hombre sino... palabra de Dios” (1 Tes. 2:13).
Solamente la Palabra de Dios tiene el poder de cumplir lo que promete. Tiene el poder de hacernos entrar en comunión con la verdadera y viva presencia de Jesús.
Solamente el sagrado discurso de Dios puede hacer la divina acción de transformar pan y vino en el cuerpo y sangre de nuestro Señor. Solamente el sagrado discurso de Dios puede ofrecernos comunión con el Dios vivo.
En la Misa, respondemos al gran misterio de nuestra fe en palabras de la Escritura. Las aclamaciones memoriales (“Anunciamos tu muerte”) son oraciones bíblicas. Con San Pablo decimos “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte Señor, hasta que vuelvas” (cfr. 1 Cor. 11:26).