III. Culto en la nueva Jerusalén
Con los Angeles y Santos
Se invita a San Juan “sube acá” (Apoc. 4:1). Nosotros estamos invitados a subir hasta el cielo también, levantando nuestros corazones, al inicio de la Liturgia de la Eucaristía.
Cuando levantamos nuestros corazones, nos invitan a cantar “con los ángeles y los santos.”
Esto no es simplemente una expresión de un fino sentimiento. Como en todo lo demás en la Misa, funciona aquí un “realismo sacramental”.
En este punto de la Misa, juntamos en una manera misteriosa nuestro canto al que San Juan -y antes que él, el profeta Isaías- escuchó en el cielo: “Santo, Santo, Santo...” (cfr. Apoc. 4:8; Is. 6:3).
La segunda parte de nuestro canto (“Bendito él que viene...”) es del salmo que los peregrinos a Jerusalén cantaban en Pascua. También era el salmo que cantaban los que se encontraban presentes durante la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén (cfr. Mc. 11:10; Sal. 118:26).
Las palabras bíblicas nos orientan acerca de lo que pasa en la Misa. Estamos juntos alrededor del altar -no solamente el altar terrenal- sino el celestial también. Hemos llegado al monte Sión, la nueva Jerusalén celestial.
Esto es lo que San Juan vio ”el Cordero en pie sobre el monte Sión” (Apoc. 14:1).
La Carta a los Hebreos (cfr. Heb. 12:22-24) también habla de la celebración eucarística terrenal como entrada y participación en la liturgia celestial en la Nueva Jerusalén.
En la Misa, dice Hebreos, nos acercamos al “monte Sión, ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial”. Además, allá, nos juntamos con “miríadas de ángeles”, con la “asamblea de los primogénitos”, y con Jesús, “mediador de una nueva alianza y de la aspersión purificadora de una sangre” en una “reunión festiva” o “banquete”.
Este pasaje está lleno de referencias y alusiones bíblicas. Es Interesante notar que la palabra para “asamblea” en griego es ekklesia -la palabra de donde viene “iglesia”-.
También es de notar las similitudes entre la descripción de la Misa según Hebreos y según el Apocalipsis de Juan.
En ambos libros vemos una nueva Jerusalén, un nuevo monte Sión, la morada del Señor (cfr. Sal. 132:13-14).
En ambos se ven los ángeles y a Jesús como el cordero cuya sangre quita el pecado del mundo. En ambos vemos una fiesta de los “primogénitos” o “primicias” de los que creen en Jesús (cfr. Apoc. 14:4). Y en los dos se entiende que esta fiesta en el templo del cielo es señal de la nueva alianza hecha en la sangre de Jesús (cfr. Apoc. 11:19).
Lo que estas Escrituras nos enseñan es que la Misa es la cumbre de la historia de la salvación que narra la Biblia.
Y esto es exactamente lo que las oraciones de la Misa nos dicen.