IV. La Palabra en la Liturgia de la iglesia
Encontrando a Cristo en la escritura
Sin embargo, los católicos no vienen a la Misa para un estudio bíblico.
La Liturgia de la Palabra no es sencillamente una lección en la historia o un pretexto para sacar una enseñanza ética y moral de la Escritura.
En la Misa, mediante las lecturas, el Señor está con nosotros verdaderamente, llamándonos a renovar nuestra alianza con Él, la alianza a la que entramos por nuestro bautismo.
Nuestra Liturgia de la Palabra continua una larga tradición que viene del tiempo de Moisés, pero hoy con el conocimiento de que Cristo está con nosotros.
Del Antiguo Testamento al Nuevo y hasta hoy, el pueblo de Dios siempre ha tenido reverencia de la Escritura como Palabra Viva y Poderosa de Dios.
Desde Moisés, la Palabra de Dios la encontramos en una celebración liturgicá, cómo punto central de nuestro culto público. Así, aprendemos no solamente lo que Dios nos dice sino también cómo la Palabra de Dios está viva y sigue obrando en nuestro mundo hoy.
Los cristianos reconocen que la Palabra de Dios “se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn. 1:14) en la persona de Jesucristo.
Cuando nos encontramos con la Palabra en la Liturgia de la Palabra, entonces, estamos haciendo más que escuchar la historia de nuestra fe y la sabiduría de sus maestros. Verdaderamente, nos encontramos con el mismo Cristo.
Es por esto que tenemos una gran reverencia para la Palabra de Dios en nuestra Liturgia de la Palabra.
La empastamos en libros que son obras de arte; la llevamos en procesiones con cirios e incienso; la proclamamos en voz alta y claramente delante de la asamblea entera; la meditamos y escuchamos su interpretación por la sabiduría de la Iglesia.
Hacemos todo esto porque sabemos que nos encontramos con Cristo, la Palabra que “estaba en el principio junto a Dios” (Jn. 1:2).
Es este encuentro con la Palabra en la Escritura que nos prepara para el milagro de la Eucaristía, donde nos encontramos “cara a cara” con la Palabra hecha carne.
En la Palabra proclamada en la Misa, nosotros revivimos el misterio de la salvación. También, en el pan y vino consagrados en el altar, entramos en ese misterio.
Dios se dirige a nosotros en la Liturgia de la Palabra, diciéndonos todo lo que Él ha hecho para nuestra salvación desde el inicio del mundo.
Toda esa historia de salvación nos conduce a la participación en la Nueva Alianza, recordada y representada en cada Misa.
En la Eucaristía, en el momento en que el pan y vino se consagran usando las palabras de Jesús, la liturgia nos entrega aquí y ahora, todo lo que fue prometido en las sagradas páginas de la Biblia. Mediante la liturgia, tomamos nuestro puesto en la historia de la salvación.