III. La Palabra en la Liturgia de Israel
La Liturgia de la sinagoga
Cuando Jerusalén fue destruida y el pueblo llevado al exilio en Babilonia (cfr. 2 Re. 25:8-12), ya no se pudo dar culto en el Templo. Entonces, los judíos se formaron en pequeñas congregaciones.
Estas “sinagogas” (del griego que significa “asambleas”) continuaron después del regreso del pueblo a Jerusalén (cfr. Esd. 1:1-4). Sirvieron de convenientes lugares de reunión el día sábado.
Cuando los exiliados regresaron de Babilonia y restablecieron el culto del verdadero Dios en Jerusalén, la lectura de la Sagrada Escritura constituyó el corazón de su culto (cfr. Neh. 8).
Y esto seguía siendo la práctica en el tiempo de Jesús.
Podemos ver un buen retrato de la liturgia de la sinagoga en la primera parte del Evangelio según San Lucas, donde Jesús es invitado a leer la lección del día en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc. 4:16-22).
Jesús lee la lección de Isaías, y después la interpreta en un sermón (cfr. Lc. 4:23-27), justo como lo hacemos hoy cuando escuchamos las lecturas y luego un sermón interpretando las lecturas en nuestra Liturgia de la Palabra.