III. La Palabra en la Liturgia de Israel
El Lugar de la escritura
Al juntar sus propias Escrituras con las del Antiguo Testamento en la celebración del sacrificio eucarístico, la Iglesia primitiva continuaba una tradición de Israel.
Ya que creían que era la comunicación de Dios a través de los hombres como instrumentos, la Escritura tuvo su lugar importante en la liturgia de los Israelitas. De hecho, ocupaba un lugar muy similar al de nuestra Liturgia de la Palabra.
Cuando Moisés recibió la Ley de Dios, él repitió al pueblo todo lo que Dios le había dicho. El pueblo respondió a “una sola voz” que harían todo lo que Dios le había dicho (cfr. Ex. 24:3).
Después, le ofrecieron sacrificio a Dios, y, en efecto, recibieron comunión en la “sangre de la alianza” (cfr. Ex. 24:4-8).
Precisamente de la misma manera, después de escuchar la Palabra de Dios en nuestra Liturgia de la Palabra, profesamos nuestra fe “a una voz” en las palabras del Credo.
Entonces, el sacerdote ofrece la Eucaristía, y se nos da comunión en la “sangre de la alianza” (Mc. 14:24), presente en el altar.
Mucho después en la historia de Israel, vemos el uso litúrgico de la Palabra de Dios en las reformas del Rey Josías.
Un sacerdote había encontrado el Libro de la Ley (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento) que había sido escondido durante el reinado de un rey malvado (cfr. 2 Cro. 34:14-18).
El buen rey Josías mandó que se leyera el libro a la asamblea del pueblo e hizo votos en representación del pueblo de guardar todos los mandamientos contenidos en el (cfr. 2 Cro. 34: 29-32). Después de la lectura de la Palabra y la profesión de fe, otra vez vemos un sacrificio litúrgico (cfr. 2 Cro. 35: 1-19).