III. El sacrificio de Cristo y la Misa
El orden de Melquisedec
El sacrificio ofrecido en al Última Cena recordó el realizado por el rey-sacerdote Melquisedec, que también ofreció pan y vino (cfr. Gen. 14:18).
La Carta a los Hebreos interpreta a Melquisedec como una figura de Cristo.
Todo el capítulo siete de Hebreos es una meditación sobre qué quiere decir que Cristo es un sacerdote, “según el orden de Melquisedec” (ver también Heb. 5:8-10).
Como Melquisedec, Cristo ofrece pan y vino; pero su sacrificio es infinitamente más grande, porque el pan y vino son su propio cuerpo y sangre.
Más que esto, Él le dio a sus seguidores una manera de participar en ese sacrificio. En esa cena pascual, Jesús ofreció la primera Misa.
Y por esta razón, el sacerdocio de Cristo es infinitamente más grande que el antiguo sacerdocio de Israel.
Esos sacerdotes murieron, y sus sacrificios nunca pudieron salvarnos del pecado, pero Cristo vive para siempre, y su único sacrificio destruyó el pecado y la muerte para siempre.
“Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre” (Heb. 8:1-2).