II. Jesús, el último y perfecto sacrificio
Jesús y el “Todah”
Como notamos en la última lección, el sacrificio de acción de gracias, “todah”, era uno de los elementos más importantes del culto en el Templo de Jerusalén.
El Todah se ofrecía en acción de gracias por liberación de algún peligro muy grave. Un buen ejemplo de un salmo todah es el Salmo 22. Lo reconocemos en el primer versículo instantáneamente: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” que son las palabras que Jesús gritó desde la cruz (cfr. Mc. 15:34).
Suena como un grito de desesperación. Pero si conocemos el salmo entero -y los judíos que estuvieron al pie de la cruz ciertamente conocían el salmo entero- sabemos que termina con una nota de triunfo.
El salmista alababa a Dios por su liberación. Al adoptar este salmo entre sus últimas palabras, Jesús no estaba expresando desesperación sino triunfo: con una voz fuerte, Él declaró la certeza de la salvación de Dios.
El ofrecimiento del todah era una comida sacrificial compartida con amigos. Incluía un ofrecimiento de pan y vino. De hecho, se parecía al sacrificio que el rey-sacerdote Melquisedec compartió con Abraham en acción de gracias por el rescate del pueblo de Salem (cfr. Gen. 14:18-20).
Los rabinos antiguos enseñaban que, después que viniera el Mesías, todos los sacrificios desaparecerían menos el todah, que nunca iba a cesar por toda la eternidad. O, usando términos que les eran familiares a los millones de judíos de habla griega: Podemos decir, después de la venida del Cristo, todos los sacrificios iban a cesar, menos la Eucaristía y de hecho, algunos escritores judíos ocupaban “eucharistia” en griego para traducir el hebreo todah.