3» DIA TERCERO
Ejemplo:
Cómo se propago la devoción al Niño Jesús.
El padre Juan colocó la imagen del Divino Niño en un cobertizo o enramada que había en los campos del “20 de Julio” y se dedico a sacarle fotografías y a mandar imprimir estampas que propagó por todo el país y hasta envió al extranjero.
Cada domingo narraba a las gentes en las misas los milagros que el Niño Jesús iba haciendo a sus devotos, y la devoción empezó a propagarse como un incendio en un reguero de pólvora.
De todas partes de la ciudad llegaban gente los domingos a rezar al Niño Jesús.
El gobierno tuvo que prolongar la vía pavimentada hasta el “20 de Julio” (aunque era un sitio muy despoblado), porque las empresas transportadoras de la capital señalaban cada domingo un gran número de buses con este letrero: “20 de Julio”, y todos viajaban repletos de peregrinos.
Y empezaron a presenciarse hechos que llenaban de emoción.
Borrachos que dejaban el vicio de la embriaguez; familias pobres que encontraban becas para el estudio de sus niños; hogares sin hijos que obtenían del cielo la deseada prole; desempleados que hallaban un empleo mucho mejor del que habían sonado; matrimonios felices que se lograban; paz y reconciliación entre enemigos, etc.
Los devotos narraban favores que dejaban admirados a los demás.
Los mejores propagandistas del Niño Jesús (después del padre Juan que no se cansaba de ponderar a la gente la bondad y generosidad del Divino Niño) eran los que habían obtenido algún favor especial.
Aquí se repetía la escena tan frecuente del evangelio:
Cuando un necesitado obtenía un prodigio maravilloso de Jesucristo, por más que el Señor le recomendase que no lo contara a nadie, le era imposible callar tamaña gracia y se iba de persona en persona narrando las maravillas recibidas de manos del Redentor.
Es el cumplimiento de aquella orden que el arcángel san Rafael le dio en la Santa Biblia a Tobías y en su persona a todos nosotros:
“Proclamas ante todos los favores que Dios ha hecho. Contad a los demás las obras maravillosas que hace el Señor. No seáis nunca perezosos para dar gracias a Dios.
Los secretos hay que guardarlos, pero los favores recibidos de Dios hay que publicarlos y proclamarlos como se merecen” (Santa Biblia, Tobías 12).