22» Padre Pietro Alagiani
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Era capellán del ejército italiano durante la segunda guerra mundial y fue hecho prisionero el 19 de diciembre de 1942 en Rusia.
Durante los 12 años que siguieron, estuvo en distintas cárceles, sometido a torturantes interrogatorios para, al fin, ser condenado por pertenecer a una organización contrarrevolucionaria, la Compañía de Jesús, y por tener relaciones con una potencia extranjera: el Vaticano.
Durante nueve años, tuvo la gracia divina de tener consigo, en una bolsita colgada al cuello, a Jesús Eucaristía. Y, a pesar de los continuos y severos registros, nunca pudieron quitárselo.
Él mismo dice:
Durante nueve años, en los traslados por las distintas cárceles y en el aislamiento de la celda, tuve siempre conmigo la inseparable compañía de mi Señor sacramentado.
Esto me comunicó una inagotable energía física y moral, y fue la fuente que alimentó mi vida espiritual y mi mayor felicidad. Y no podía ser de otro modo, porque llevaba conmigo el pan angélico y el fuego celestial.
¡Todo lo poseía, poseyendo a Jesús sacramentado!
Tengo que decir que, al principio, figurándome que volvería pronto a la patria, consumí muchas de las ciento veinte partículas consagradas, pero luego, viendo que aquello iba para largo, comulgué sólo los domingos y en las fiestas principales y, por fin, después de la condena, dividí el resto de manera que, comulgando cada primer viernes de mes, me alcanzaran hasta el primer viernes de febrero de 1957100.
Tuve la fortuna de vivir, sufrir, de comer y trabajar, de dormir y rezar, siempre en compañía de Jesús sacramentado, de día y de noche, ininterrumpidamente.
¡Cada momento y en cualquier lugar podía dirigir mis ardientes palabras de amor y de comunión espiritual a Jesús presente!
Cada noche podía cantar el “Tantum ergo” y recibir la bendición de Jesús sacramentado, rescatado con riesgo de la vida a los intentos sacrílegos de los bolcheviques101.
A pesar de las continuas dolencias, del hambre terrible, del frío extremo en invierno, nada lograba disminuir la íntima alegría que experimentaba, al pensar que estaba en compañía de Jesús sacramentado.
Su presencia protectora me dio fuerzas para resistir las más groseras humillaciones, que me hicieron como al ser más abyecto de la tierra, y a las angustias padecidas, cuando con satánicas mentiras me hicieron creer que había sido expulsado de mi queridísima Compañía de Jesús102.
A pesar de los siete años de aislamiento absoluto en una celda, en la tremenda situación de sepultado vivo, sin poder hablar nunca con nadie, sin ver a nadie más que a los carceleros..., Jesús transformó este período en el más hermoso de mi vida, hasta el punto de no sólo poder llamar a aquella celdita mi paraíso terrestre, sino de gozar realmente las delicias de una antesala del paraíso celestial103.
Dios me hizo casi sensible la compañía de mi querido Jesús. Me puse a tratar con Él con una ingenuidad y una intensidad realmente infantiles.
Le hablaba en voz alta como a un compañero de celda.
Le manifestaba las aprensiones de mi espíritu sobre el porvenir y compartía con Él mis alegrías cotidianas.
El pensar en la larguísima y desoladora soledad que me esperaba sin correspondencia escrita, sin noticias, lejos de oprimirme el espíritu, transformó mi celda en una anhelada aventura de paraíso al punto de que ahora no sólo siento un grato recuerdo, sino una profunda nostalgia104.
Desde los primeros días de cautiverio, la nostalgia por la santa misa me atormentaba más de lo que podía imaginar.
Pero también en esto vino a mi encuentro Jesús, inspirándome una devoción “sui generis”.
Recortando lo mejor que pude una gran hostia de papel, cada mañana, después de la meditación, celebraba dos misas, decía todas las oraciones de la misa con todas las ceremonias como si realmente estuviera en el altar.
Debo reconocer que aquellas misas “secas” las celebraba con devoción y consuelo como raramente, cuando tenía la suerte de celebrar las verdaderas misas106.
A partir del 5 de marzo de 1953 pude celebrar diariamente la misa.
Desde aquel día, hasta el gran deseo de libertad se me volvió menos acuciante y menos atormentador; porque, en el fondo, había deseado e invocado la libertad y suspirado por ella, principalmente, por estar privado de celebrar la misa106.
Para el padre Alagiani, la presencia permanente de Jesús a su lado en aquellos nueve difíciles años de torturas, fue la que le dio sentido a su vida.
Jesús le ayudaba a soportar todas sus dificultades.
Y durante los cinco años que pasó en celdas comunes, aprovechaba las mínimas oportunidades para hablar a aquellos compañeros de infortunio, que estaban hambrientos de Dios, aunque fueran ignorantes.
Confesaba a los que podía, recibía en la Iglesia a los que se convertían y, en todo momento, demostraba ser un sacerdote de cuerpo entero.
Cuando el último año de prisión, empezó a recibir dinero y paquetes de Italia, se sentía feliz de poder compartir algo de aquellos tesoros con sus hambrientos compañeros.
Pero nunca pudo imaginar que le fuera a costar tanto el dejar a su amigo Jesús sacramentado al regreso a la libertad, el 12 de febrero de 1954, en la residencia de los jesuitas de Viena.
Dice él:
Me temblaban las manos, cuando abrí el sagrario. Cogí el copón, lo destapé.
Después de desplegar el paño de mi bolsa bendita, cogí las pequeñas partículas consagradas por mí en diciembre de 1945, que se conservaban intactas, y las deposité en el copón.
Mientras cerraba el sagrario y me alejaba del altar con la cabeza agachada y con el corazón afligido, yo creía que mi paraíso terrestre, la perenne y continua intimidad con el divino amigo, mi pequeña compañía de Jesús, todo había terminado para mí, al faltarme la ininterrumpida coexistencia con mi Señor sacramentado107.
Pero su vida debía tomar otros rumbos en los planes de Dios.
Debía dar testimonio ante el mundo de lo que era el mundo cruel del comunismo.
Por eso, el padre Pietro Alagiani escribió el libro de sus Memorias, titulado Lubianka, nombre de la famosa cárcel de Moscú, donde estuvo mucho tiempo prisionero; y ha ido por el mundo, hablando de sus experiencias y de su gran amor a Jesús Eucaristía, el tesoro más grande del mundo, el amigo que siempre lo acompañaba para darle fuerzas y alegrías.
Él podía testimoniar por experiencia que Jesús está vivo y que realmente está presente en la Eucaristía, donde quiso estar junto a Él durante nueve largos años.
Durante esos años, las hostias consagradas permanecieron milagrosamente intactas, como si Jesús le hubiera querido decir: Yo y tú siempre unidos hasta la muerte. Ni Jesús se quiso separar de él ni él de Jesús.
Sin Jesús Eucaristía, como él mismo dice, se habría vuelto loco; con Jesús todo era distinto y pudo vivir tranquilo y hasta feliz en aquellas difíciles condiciones de vida.
¡Gloria a Jesús Eucaristía por los siglos de los siglos. Amén!
100 Alagiani Pietro, Lubianka, Ed. Apostolado de la prensa, Madrid, 1963, p.111.
101 ib. p. 323.
102 ib. p. 112.
103 ib. p. 135.
104 ib. p. 136.
105 ib. p. 137.
106 ib. p. 157.
107 ib. p. 324.