Thursday April 25,2024
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LA CASA BONITA

Aquél era un sábado como cualquier otro; la rutina de siempre: correr, comprar rápido y escapar del tumulto y el bullicio de la ciudad en un destartalado autobús... Me sentía cansada y ofuscada por el inmenso calor, y toda la gente a mi alrededor transpiraba, como si estuvieran sumergidos en un mar de sudor.

Abordé el autobús y me senté en el primer asiento, para refrescarme un poco con la brisa del camino.
Todo transcurrió normalmente, hasta que, a mitad del camino una mujer abordó el autobús. Vestía harapos, estaba sucia y sostenía un bebé de meses en sus brazos, y a su lado llevaba un niño de no más de cuatro años.

Ella se sentó a mi lado con el bebé, el otro niño se sentó en el asiento contiguo, al otro lado del pasillo. Observé aquella mujer discretamente, era delgada y podría decirse que había aún restos de juventud en su expresión; pude ver sus facciones:
un rostro en el cual se vislumbraba unos rasgos bonitos, ojos claros, se notaba que aún era joven; sin embargo, el peso del dolor podía verse a través de sus arrugas prematuras. El niño mayor se veía saludable, vivaracho y muy simpático.

El viaje se convirtió en una "excursión de silencio" en cuanto la señora abordó el camión. Todos los pasajeros la observaban con preocupación, e incluso con cierto desprecio e incomodidad por la suciedad de sus ropas. De pronto, en medio del silencio, una chispa de luz brilló en los ojos del niño; miró sonriente por la puerta del autobús y gritó:

- ¡Mira, mami, qué casa tan bonita!
Inconscientemente todos los pasajeros del autobús miramos hacia donde el niño señalaba, y sólo había un pequeño rancho con unas pocas tablas, con rendijas por todas partes, sin piso y con unas latas herrumbradas y rotas por techo.

- ¡Mira, mami, qué bonita, y hasta tiene luz! ¡Mira, tiene un cable!

La mujer, con ojos tristes le dijo:
- Sí, hijo, sí - se volvió avergonzada hacia mí y se disculpó por su pobreza diciendo.

- No ve que como vivimos tan pobres y nos alumbramos con velas, él todo lo ve bonito -después inclinó su rostro avergonzada. En aquel momento deseé que el asiento del autobús se abriera y me ocultara, ¡cómo podría quejarme yo después de esto!

Desee quitarme las pocas cosas valiosas que llevaba encima, y dárselas para que cubriera sus necesidades básicas. ¡Qué vergüenza! ¡Qué derecho tengo yo a "colgarme" adornos y alhajas de oro cuando otros no tienen con qué cubrir sus cuerpos del frío!

En la siguiente parada, la mujer bajó, pero todos en el autobús quedamos con el corazón estrujado y un inmenso nudo en la garganta. Y los que nos llamamos "cristianos", con una sensación de culpa por no  haber cumplido el máncalo:

"Lo que a uio ds éstos haces, a Mí me lo haces". (Mateo 25,40)

Descubrí que la pobreza te hace apreciar y valorar muchas más cosas de las que a diario vemos, y que la belleza está donde la busques.