Friday March 29,2024
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UN MOMENTO CRUCIAL

Hace setenta años yo era una niña pequeña, la bebé de la familia, con un hermano y una: hermana mayores.

Mi padre estaba muy enfermo en esa época y mi madre aceptó coser cualquier cosa para que pudiéramos vivir.

Cosía hasta muy entrada la noche, tan sólo con lámparas de gas que daban poca luz y una vieja máquina de coser de pedal.

Nunca se quejó, ni cuando el fuego era débil y la comida escasa.

Se quedaba cosiendo hasta las primeras horas de la madrugada.

Ese invierno en particular las cosas empeoraron. De pronto, llegó una carta del almacén donde había comprado la máquina de coser, indicando que recogerían la máquina al día siguiente, a menos que se pusiera al corriente en los pagos.

Recuerdo que cuando mamá leyó la carta yo me asusté; pude imaginarnos muriéndonos de hambre y todo tipo de cosas que suelen pasar por la mente de un niño.

Sin embargo, mi madre no mostró preocupación, parecía muy tranquila respecto a ese asunto.

Yo, por mi parte, lloré hasta quedarme dormida, preguntándome qué iba a ser de nuestra familia.

Mamá dijo que Dios no la abandonaría, que nunca lo había hecho.

Yo no veía cómo Dios nos iba a ayudar, para conservar la vieja máquina de coser.

El día que iban a ir por nuestro único medio de sustento, alguien tocó a la puerta de la cocina.

Yo me asusté tanto como cualquier niño lo haría, pues estaba segura de que eran esos temibles hombres.

En cambio, parado frente a nuestra puerta estaba un individuo muy bien vestido, con un hermoso bebé en brazos.

Preguntó a mi madre si ella era la señora Violeta; cuando mamá lo afirmó, él le explicó:

- Tengo problemas, y necesito su ayuda.

El boticario y el abarrotero de esta misma calle me recomendaron a usted como una mujer honesta y maravillosa.

Esta mañana se llevaron a mi esposa al hospital de urgencias, como no tenemos parientes aquí y yo debo abrir mi consultorio dental, no tengo dónde dejar a mi bebé.

¿Podría usted cuidármelo por unos días? Y continuó:

-Le pagaré por adelantado.

Sacó cien pesos y se los entregó a mamá, quien le contestó:

-Sí, sí, me dará mucho gusto hacerlo - y tomó al bebé en sus brazos. Cuando el señor se fue, mamá se dirigió a mí con  lágrimas escurriéndole por una cara que parecía como iluminada por una luz y añadió 
-Sabía que Dios jamás dejaría que se llevaran mi máquina-.


Adeline Perkins