Friday March 29,2024
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¿HUELES ESO?

Un frío viento de marzo danzaba al final de una noche, cuando el médico entró a la pequeña habitación donde se encontraba Diana. Aún aturdida por la cirugía, su esposo David sostenía su mano, mientras se daban ánimo para las últimas noticias.
Esa tarde del 10 de marzo de 1991, una serie de complicaciones obligó a Diana, con tan sólo 24 semanas de embarazo, a someterse a una cesárea de emergencia para dar a luz a la nueva hija de la pareja, Danae Lu.

Con 30 centímetros y pesando 1,300 gramos, ellos ya sabían que era una niña precariamente prematura. Aun así, las suaves palabras del médico cayeron como bomba.

- No creo que lo logre -dijo, tan amablemente como pudo-. Solamente hay un 10% de posibilidades de que sobreviva la noche y aun cuando, si por alguna escasa posibilidad lo logra, el futuro para ella podría ser muy cruel.

Pasmados e incrédulos, David y Diana escuchaban a medida que el doctor describía los problemas devastadores a los que Danae se enfrentaría si lograba sobrevivir.

Ella nunca podría caminar, nunca podría hablar, probablemente sería ciega y estaría ciertamente propensa a otras condiciones catastróficas, como parálisis cerebral, retardo mental y así... "¡No, no!" era todo lo que Diana podía decir. Ella y David, junto con Dany, habían soñado desde hace mucho con el día en que vendría una niña, para que fueran una familia de cuatro.

Ahora, en cuestión de horas, ese sueño se desvanecía. Durante las oscuras horas de la mañana, mientras la vida de Danae dependía del más delgado hilo, Diana despertó sobresaltada de su sueño, con una creciente determinación de que su pequeñísima hija viviría, y viviría para convertirse en una niña saludable y feliz.

Pero David, completamente consciente, y escuchando los horrendos detalles sobre las posibilidades de que su hija dejara con vida el hospital, mucho menos saludable, supo que debía preparar a su esposa para lo inevitable.

David hablaba sobre realizar los arreglos del funeral. Diana recuerda: "Me sentí tan mal por él, porque estaba haciendo todo lo posible para tratar de incluirme en lo que estaba ocurriendo, pero yo no escuchaba, no podía escuchar" y dije:

- No, eso no va a suceder, de ninguna manera. No me interesa lo que digan los doctores, Danae no va a morir. Un día simplemente ella estará bien, y vendrá a casa con nosotros.
Como si la determinación de Diana le diera deseos de vivir, Danae se apegó a la vida, hora tras hora, con la ayuda de cada máquina y logrando que su cuerpecito en miniatura pudiera resistir. Pero a medida que esos primeros días pasaban, una nueva agonía llegó para David y Diana. En vista de que el subdesarrollado sistema nervioso de Danae se encontraba esencialmente "en crudo", el más ligero beso o caricia intensificaría su incomodidad, de manera que ni siquiera podían arrullar a su pequeña bebita contra sus pechos, para ofrecerles la fuerza de su amor.

Todo lo que podían hacer, mientras Danae luchaba sola bajo la luz ultravioleta, en su confusión de tubos y cables, era orar para que Dios se mantuviera cerca de su preciosa niñita. Nunca hubo un momento en que Danae súbitamente se fortaleciera. Pero a medida que las semanas pasaban, ella milagrosamente iba ganando un gramo de peso aquí y un gramo de fuerza allá. Finalmente, cuando Danae cumplió los dos meses de edad, sus padres lograron estrecharla en sus brazos por primera vez. Y dos meses más tarde, aun cuando los doctores continuaban con gentileza, pero implacablemente advirtiéndoles de sus pocas oportunidades de sobrevivir, mucho menos de llevar una vida normal, sin embargo, fue a casa, justo como su madre lo predijo.

Hoy, cinco años más tarde, Danae es una pequeña pero bulliciosa niña, con chispeantes ojos grises y un inextinguible entusiasmo por la vida. Ella no muestra ningún signo de discapacidad mental o física. Simplemente, ella es todo lo que una niña puede ser y más, pero este final feliz está lejos de ser el final de esta historia.

Una relampagueante tarde en el verano de 1996, Danae estaba sentada en el regazo de su madre en las gradas de un parque local, donde el equipo de baseball de su hermano Dany se encontraba practicando. Como siempre, Danae estaba parloteando sin parar con su madre y algunos adultos que se encontraban sentados en un lugar cercano, cuando súbitamente guardó silencio.

Rodeando su pecho con sus brazos, Danae preguntó:
- Mami, ¿hueles eso?

Olfateando el aire y  detectando la cercanía de una tormenta, Diana contestó:
- Sí, huele como a lluvia.  Danae cerró sus ojos, y nuevamente preguntó:
- ¿Hueles eso? Una vez más, su madre contestó:

- Sí, creo que pronto estaremos mojados, huele a lluvia.
Aún atrapada en el momento, Danae sacudió su cabeza, acarició sus delgados hombros con sus pequeñas manos, y en voz alta anunció. -No, huele a ÉL. Huele a Dios, como cuando uno recuesta la cabeza en Su pecho.

Lágrimas arrasaron los ojos  de Diana, mientras Danae felizmente brincó de su regazo para ir a jugar con los otros niños. Antes de que la lluvia cayera, las palabras de su hija confirmaron lo que los miembros del resto de la familia siempre supieron, por lo menos dentro de sus corazones.

Durante esos largos días y noches de sus primeros dos meses de vida, cuando sus nervios eran demasiado sensibles para que ellos pudieran tocarla, Dios sostenía a Danae en Su pecho, y era Su amoroso aroma lo que ella recordaba tan bien.

Todo lo puedo en el Señor, que es mi fortaleza. (Fil. 4:13)