Thursday March 28,2024
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EL ATIZADOR

En la edad en la que muchas ancianas viven la vida más sosegadamente y con la satisfacción del deber cumplido, a doña Clotilde le había tocado criar a su nieto. Su hija, madre soltera, había tenido que emigrar a otro país para buscar un mejor futuro, y poder así ayudar económicamente a su familia lejana.

Con el correr del tiempo, doña Clotilde se enfrentó con un alarmante descubrimiento: su nieto había tomado la costumbre de tomar lo que no era suyo... ¡Era un ladrón! Habiéndole primero claramente, y castigándole después, doña Clotilde agotó casi todos los medios para combatir esa tendencia. Pero nada surtía efecto: Aquel vicio, el niño ya lo llevaba dentro de sí. Ni amenazas, ni promesas surtían algún efecto.
Ante el temor de que su nieto se convirtiera en un delincuente, doña Clotilde se vio en la disyuntiva de tener que tomar una medida radical, amenazándolo con un castigo terrible que lo marcaría para toda la vida:

- ¿Ves el atizador?... ¡si te vuelvo a sorprender robando, lo pongo a calentar en el fuego y te traspaso la mano con él! Pero el niño, confiado en la bondad de su abuela y no creyéndola capaz de semejante acto, volvió a recaer, agarró la cartera deteriorada de su abuela y le robó los 100 dólares que su madre enviaba mensualmente, y corrió a gastarlo.
Cuando volvió a casa, la abuela, que ya había descubierto el robo, lo tomó de las manos y lo arrastró a la cocina. Con todo el dolor de su corazón, sabiendo que era necesario ponerle punto final a esa malsana costumbre, empuñó el atizador y lo puso en el carbón encendido, esperando a que se pusiera caliente.

El niño contemplaba asustado, sin dar crédito a lo que acontecía, los preparativos insensatos de la abuela. No podía creer que su abuela fuera capaz de cumplir la amenaza. Estaba tan convencido de la bondad de la abuela, que la creía incapaz de un gesto tan atroz.

- ¡Ahora vas a ver el daño tan grande que produces cada vez que tomas lo que no es tuyo!
Doña Clotilde aferró al niño, empujándolo hacia el brasero, extrajo el atizador ya incandescente, y lo fue llevando lentamente a la mano de su presa, la cual aferraba con todas sus fuerzas. Cuando la suave piel del niño empezó a sentir el calor que emanaba del atizador, la abuela deliberadamente lo soltó, pero NO detuvo el curso del atizador, el cual atravesó su propia mano de lado a lado. Ahora, el pequeño ladrón se hizo un hombre. Un hombre que aprendió la lección, y que no volvió a robar más en su vida. Comprendió que con esa conducta equivocada le hacía daño a la persona que él más amaba. Hoy, antes de meter las manos en cosas que no le pertenecen, se las dejaría quemar primero.
Doña Clotilde, a su vez, dice que fue preferible perder su propia mano, que perder a su nieto amado.

Desde aquel día ambos entendieron la frase: "Misericordia quiero y no sacrificios". Frase expresada en plenitud en el misterio de la redención de Cristo.