Thursday April 25,2024
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INDICE REFLEXIONES

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DR. MARTIN

Cuando el Dr. Martín era un joven alumno de la escuela de medicina, estaba profundamente convencido de la estupidez que suponía llenar el mundo de enfermos incurables y seres inválidos. Defendía ardientemente la eutanasia, y acostumbraba discutir esos temas con sus compañeros de clase.

- Pero si ésa es precisamente nuestra misión -le contestaban-. Estamos aquí para cuidar del cojo, el lisiado y el ciego. La misión del médico - replicaba siempre Martín- es sanar a los enfermos, y si no existe remedio, lo mejor es que mueran.

Ya cursaba el último año de estudios cuando, cumpliendo sus deberes fuera del hospital, asistió en un barrio pobre de la ciudad al parto de una inmigrante colombiana. Era el décimo chiquillo que la mujer traía al mundo, y había nacido con una pierna bastante más corta que la otra. La fuerza de la costumbre hizo al médico soplar en la boca de la criaturita para iniciar la respiración, pero un momento después pensó:

"¡Qué estoy haciendo! Está condenado a caminar toda la vida con su desdichada pierna. Los otros chicos le llamar joven alumno de la escuela de medicina, estaba profundamente convencido de la estupidez que suponía llenar el mundo de enfermos incurables y seres inválidos. Defendía ardientemente la eutanasia, y acostumbraba discutir esos temas con sus compañeros de clase.

- Pero si ésa es precisamente nuestra misión -le contestaban-.
Estamos aquí para cuidar del cojo, el lisiado y el ciego.
- La misión del médico - replicaba siempre Martín- es sanar a los enfermos, y si no
existe remedio, lo mejor es que mueran.

Ya cursaba el último año de estudios cuando, cumpliendo sus deberes fuera del hospital, asistió en un barrio pobre de la ciudad al parto de una inmigrante colombiana. Era el décimo chiquillo que la mujer traía al mundo, y había nacido con una pierna bastante más corta que la otra. La fuerza de la costumbre hizo al médico soplar en la boca de la criaturita para iniciar la respiración, pero un momento después pensó:

"¡Qué estoy haciendo! Está condenado a caminar toda la vida con su desdichada pierna. Los otros chicos le llamarán carga de penas. Su único hijo y su nuera murieron en un accidente de automóvil, dejando una niñita de cuya crianza tuvo que encargarse. Aquella nietecita era su adoración. El verano que cumplió los diez años, Ana despertó una mañana, quejándose de rigidez del cuello y extraños dolores en brazos y piernas.

Al principio pensaron que era parálisis infantil, pero resultó ser una infección virulenta tan poco frecuente, que sólo ha merecido breves referencias en los tratados médicos. En toda su larga práctica profesional, el propio Dr. Martín no había encontrado un solo caso de aquel mal.

Consultó a especialistas neurólogos, que movieron la cabeza con desaliento, y dijeron que no se conocía remedio para la enfermedad, cuyos progresos eran lentos, pero acababa siempre en parálisis, de mayor o menor grado.

- Sin embargo, hay un médico joven en el Oeste -dijo al doctor uno de los especialistas- que ha escrito recientemente un artículo sobre los éxitos obtenidos por él en algunos casos de esta enfermedad. Se llama T. J. Méndez. Si yo me encontrara en la situación de usted, iría a verlo.

El doctor voló con Ana a la pequeña clínica particular donde el Dr. Méndez había puesto en práctica el nuevo y revolucionario tratamiento terapéutico para los varios tipos de enfermedades que causan lesión. El Dr. Martín observó que su colega cojeaba pronunciadamente.

- Esta pierna corta me coloca entre el grupo de los lisiados - dijo el Dr. Méndez, al observar la mirada de su visitante-. Los chicos me llaman Pata-corta. Yo se los permito, y a ellos les encanta. La verdad es que me gusta más que mi verdadero nombre, Tadeo, que siempre me ha parecido un poco ceremonioso. Como a muchos chiquillos, me pusieron el
nombre del joven estudiante de medicina que me trajo al mundo.

El Dr. Tadeo Martín tragó saliva, recordando que en aquella ocasión se había dicho a sí mismo: "El mundo no lo necesita para nada". ¡Cuan ciego era en aquel tiempo!
Alargó la mano al médico, cuya ciencia haría posible que Ana volviera a caminar, y dijo:
- Es mejor ser lisiado que ciego.

No es tu APTITUD, sino tu ACTITUD, lo que determina tu ALTITUD