Thursday April 25,2024
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RENACER

Hacía un calor insoportable; se encontraba en un país desconocido, luchando por una causa que no entendía bien.
Sólo obedecía órdenes; quería pensar que era por el bien de su patria. Que aquellos muertos, niños y mujeres incluidos, aquellos sueños destrozados por metrallas, eran justificados.

Vio un niño parado frente al cuerpo de su madre tendida en el suelo. No lloraba, apenas tenía un año, sus ojos asombrados y llenos de terror miraban a su madre, esperando que se levantara y lo abrazara, como todas las mañanas.

Pero en aquel amanecer la muerte se había paseado, sembrando su amarga cosecha.
El soldado se agachó para recoger al niño, y retirarlo de aquella escena espantosa, pero la mirada de pavor del chico mirando su fusil le aterrorizó, y por primera vez en su vida sintió vergüenza de su arma, aquella arma que meses atrás llevaba orgulloso sobre su hombro, jurando ante su bandera defender a su país.

Pero en aquel país, tan lejos de su casa, tragando el polvo del desierto, ya no sabía si realmente defendía a su pueblo; era un peón político, o un miembro de los jinetes del Apocalipsis.

A unos metros de allí, un capitán, envuelto en su fanfarria patriota, daba órdenes al fotógrafo del pelotón para que le tomara una foto dándole unos caramelos a unos niños aterrados, huérfanos por sus armas.

Fue en ese momento y de un modo repentino, cuando una fuerte explosión, alcahuete de la muerte, destronó el tenso silencio que reinaba. El polvo se mezcló con la sangre y los gritos, en miradas de terror.

Nuestro soldado cayó al suelo con el pecho destrozado. Dos compañeros le arrastraron como pudieron, en medio de la confusión, al campamento sanitario; los médicos se miraron negativamente, le pusieron un calmante, y dejaron que su vida se evaporase del todo.

En la mente del soldado seguía el rostro de aquel niño, pero esta vez era el niño quien se acercaba a él con una sonrisa, tocándole su frente sudorosa, sentenciada por la ciencia.
Y con ojos sorprendidos, ahora era él el asombrado, vio cómo la cara del niño se difuminaba, se transformaba en otros rasgos más finos, más suaves. Sus ojos pasaron de negros a azules lentamente, y su pelo se alargó cambiando su color negro al rubio; la metamorfosis se había producido como un dulce sueño, pero no lo era.

El soldado sabía que aquella hermosa niña era real, no un delirio de su mente; hasta distinguió en aquellos ojos la mirada de su esposa, la mujer que lo esperaba en su casa con su inmenso amor.

La compañera que le había entregado su vida sin quejas, resignada siempre a su destino como militar.
La niña besó su rostro, con sus ojitos llenos de lágrimas.

- Papá, te quiero, soy Lucy, no te mueras, por favor. Quiero vivir. Dame la esperanza de la vida.

Después, aquella figura angelical se fue, esfumándose lentamente, mientras un sueño profundo invadió al soldado...

Meses después, un general con su sonrisa oficial le imponía una medalla por su valentía en el combate.
Al salir del despacho de su superior, el soldado tiró la medalla en el bote de basura, y fue corriendo a su casa.

Allí, su esposa lo abrazó y le besó con el corazón en los labios, para decirle después:
- Vamos al tener un hijo.

El sonrió, estrechándola más fuerte en sus brazos.
- Lo sabía, amor, y va a ser una niña rubia preciosa – le contestó.
A los nueves meses nació Lucy, justo cuando el soldado presentaba su baja del ejército ante el general.

Esta vez, era el general el que estaba serio y lo miraba como un enfermo, mientras que él sonreía sintiéndose liberado. Había escogido el camino de la esperanza.

"Un indicador trágico de los valores de nuestra civilización, es
que no existe un negocio más rentable que la guerra"
Douglas Mattern