Thursday March 28,2024
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EL PAN DE CRISTO

El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor.

Al cabo de meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir a la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente.

Una fría tarde de invierno, se encontraba en las inmediaciones de un club privado, cuando observó a un hombre y a su esposa que entraban al mismo. Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.

- Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio – replicó éste. La mujer, que oyó la conversación, preguntó:

¿Qué quería ese pobre  hombre? Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre. -
respondió su marido. ¡Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa
que no necesitamos, y dejar a un  hombre hambriento aquí afuera! - dijo ella.

¡Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el dinero para beber, -dijo  molesto él.

¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo. - dijo ella.

Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron. Avergonzado, quería

alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía:

Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer. Aunque la situación está difícil,
no pierda las esperanzas. En alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo  encuentre.

¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo, y me ha
ayudado a cobrar ánimo. Jamás  olvidaré su gentileza.

Estará usted comiendo el  pan de Cristo. Compártalo – dijo ella, con una cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre, y no a un mendigo. Víctor sintió como si una descarga eléctrica le  recorriera el cuerpo.

Encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado, y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día. ¡Comería el pan de Cristo dos días! Una vez más, aquella descarga eléctrica corrió por su interior.

¡El pan de Cristo! -¡Un momento! - pensó. No puedo guardarme el pan de
Cristo solamente para mí mismo.

Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había aprendido en la escuela.

En ese momento, pasó a su lado un anciano.  Quizás ese pobre anciano
tenga hambre - pensó. Tengo que compartir el pan de Cristo.

Oiga - exclamó Víctor-. ¿Le gustaría entrar y comerse una buena comida?

El viejo se dio vuelta, y lo miró asombrado.

- ¿Habla usted en serio,  amigo?

El hombre no daba crédito a lo que le pasaba, hasta que se sentó a una mesa cubierta con un mantel y le pusieron delante un plato de guiso caliente. Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel.

¿Está guardando un poco   para mañana? - le preguntó.  No..., no. Es que hay un
chico que conozco por donde  suelo frecuentar. La ha pasado  mal últimamente y estaba
llorando cuando lo dejé. Tenía  hambre. Le voy a llevar el pan.

¡El pan de Cristo! - Recordó nuevamente las palabras de la mujer, y tuvo la extraña sensación de que había un tercer convidado sentado a aquella mesa. A lo lejos, las campanas de una iglesia parecían entonar a sus oídos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.

Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullírselo. De golpe  se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y asustado.  -Aquí tienes, perrito. Te doy la  mitad - dijo el niño.  ¡El pan de Cristo! Alcanzaría también para el hermano perro. San Francisco de Asís habría hecho lo mismo - pensó Víctor.

El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó a vender el periódico con entusiasmo.

- Hasta luego - dijo Víctor al  viejo-. En alguna parte hay un  empleo para usted. Pronto dará  con él. No desespere. ¿Sabe? – su  voz se tornó en un susurro-. Esto
que hemos comido es el pan de  Cristo. Una señora me lo dijo, cuando me dio aquellas monedas  para comprarlo. ¡Dios, en el  futuro, nos deparará algo bueno!

Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba grabado el nombre del dueño.

Víctor recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro, y llamó a la puerta. Al salir éste, y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo.

De golpe, la expresión de su rostro se tornó seria. Estaba por reprocharle a Víctor, que seguramente había robado el perro para cobrar la recompensa, pero no lo hizo. ¿Le interesaría un empleo? Venga a mi oficina mañana. Me hace mucha falta una persona íntegra como usted.

Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma. Se titulaba:

Parte el Pan de Vida...